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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Desde Westminster

Demasiados días para algo tan sencillo como devolver a la tierra los restos mortales de un ser humano. Pero las costumbres, normas y protocolos están para ser respetados

Actualizada 01:55

Entre los franceses y los ingleses perdura la animadversión histórica. Los franceses envidian de los ingleses la pompa y la circunstancia, el buen gusto, la hierba de Wimbledon y la Monarquía. Francia es la República más monárquica del mundo y sus presidentes, los únicos monarcas absolutos de la vieja Europa. Y los ingleses envidian de los franceses la gastronomía, los quesos y el Mediterráneo. El francés más anglófilo fue el gran escritor de humor Pierre Daninos, autor de Los Cuadernos del Mayor Thomson, un tratado sobre las costumbres inglesas superior al Libro de los Esnobs, del duque de Bedford. El inglés no es esnob, en tanto que el francés que no lo sea no puede presumir de poseer su plena nacionalidad. Hasta dos aliados, que no amigos, de la categoría del general De Gaulle y Winston Churchill se lanzaban dardos envenenados en tiempos de necesaria armonía cuando se encontraban. «Ustedes, los ingleses, solo luchan por el dinero. Deberían aprender de nosotros, los franceses, que luchamos por el honor y la dignidad». Churchill acarició su corbata de pajarita, y respondió: «Bueno, puede usted tener razón, general. Cada uno lucha por lo que no tiene».

Además de dudoso honor y frágil dignidad, el presidente francés, Emmanuel Macron, mostró en Westminster su peor educación. Para presentar sus respetos a los restos mortales de la Reina Isabel II se presentó vestido con meditado desprecio. Le faltó el chándal, porque las zapatillas deportivas las llevaba de estreno. Ignora Macron que ese modelo de grosería institucional hiere más en Francia que en Inglaterra. Los monárquicos franceses, que son más que los republicanos, se han sentido ofendidos, en tanto que a «Charles III» le ha importado medio higo la gamberrada de Macron.

Impecables tres de nuestros cuatros Reyes. Don Juan Carlos I y Doña Sofía, cumpliendo a rajatabla con el respeto y la cortesía. Ese Rey Juan Carlos, libertad y dignidad –a pesar de sus errores–, y esa Reina Sofía, triunfaron sobre los que no tienen otro fundamento en la vida que despedazarlos, especialmente al Rey. Y el Rey Felipe VI demostró e hizo gala de su condición histórica, cuadrándose ante el ataúd cubierto de Isabel II, resignando la cabeza y santiguándose. Ahí, en ese detalle falló la Reina Leticia –me gusta más con «c» que con «z»–, que nuevamente olvidó hacer en público el signo de la Cruz, que a todos nos consta que sabe hacerlo, como evidenció en la ceremonia religiosa de su boda. Cuando el entonces Príncipe de Asturias se casó con la actual Reina, ya estaban en vigor los matrimonios civiles, tan legales como los religiosos, si alguno de los novios no era, o es, creyente. Con independencia del voluntario olvido, su gesto malhumorado nada tenía que ver con la tristeza, verídica o aparente. Estaba de malas pulgas y no ha aprendido todavía que los Reyes están obligados a simular sus discrecionales impulsos anímicos. De puertas afuera, los Reyes están obligados al autodominio, y de puertas adentro, como todos los mortales, libres de dar rienda suelta a sus humanos enfados, irritaciones, mosqueos y disgustos.

Hoy, cuando escribo, tendrán lugar el entierro y el funeral de Isabel II. Demasiados días para algo tan sencillo como devolver a la tierra los restos mortales de un ser humano. Pero las costumbres, normas y protocolos están para ser respetados.

Lo más positivo. Que Begoña Gómez no intentó colarse, y que Pedro Sánchez, que nunca estuvo invitado, voló en su Falcon a Berlín para asistir a la final del Europeo de Baloncesto. A pesar de su presencia, España ganó.

Y esto es todo lo que se me ocurre para hoy.

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