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El carácter ESPAÑOLAmando de Miguel

La mentalidad de los españoles contemporáneos y la envidia

Por «mentalidad» o «carácter social» se alude a un modo común de interrelacionarse, que empapa las distintas ideologías. Acogido a la hospitalidad de El Debate, me propongo desgranar, en una serie de artículos, la mentalidad dominante de los españoles contemporáneos, los pertenecientes a las últimas cinco generaciones

Actualizada 04:00

La envidia supone una relación insatisfactoria o enfermiza entre dos personas cercanas: una querría ser como la otra. Se convierte, así, en un disolvente de los afectos. La persona destacada por alguna circunstancia da envidia al exhibir ciertos dones o logros. Otra cercana siente envidia al ansiar esa posesión. Suele ser un imposible, que genera frustración y resentimiento. El asunto ha sido tratado, magistralmente, por Unamuno en su novela Abel Sánchez.

Los conflictos envidiosos son muy comunes, aunque los sujetos suelan tratar de disimularlos todo lo posible. Para ello recurren a diversos artificios: tono de broma, afectos falsificados, resistencia a comparar.

La persistencia de las relaciones envidiosas en la vida privada explica ciertas distorsiones en la vida pública. Es el caso de la gran rotación de los gobiernos, y aun de los regímenes, en la España contemporánea.

La paradoja es que, tradicionalmente, la selección del personal político dirigente ha insistido en la fuerza de los vínculos de amistad. Hasta la guerra civil, los compañeros de partido eran los «correligionarios». Esas estrechas relaciones daban lugar a todo tipo de celos y envidias. Resultado: inestabilidad política.

Lo contrario de la envidia es la admiración, una rara virtud en las relaciones interpersonales de los españoles del común. La admiración por una persona cercana supone su reconocimiento. No es fácil dejarlo entrever en un mundo tan competitivo como el nuestro.

La consecuencia disruptiva de la envidia se manifiesta, de forma más pura, cuando los dos sujetos son parientes. Es decir, se trata de una relación adscriptiva. Por ese lado, se desprende la realidad de los muchos conflictos intrafamiliares, tan frecuentes como ocultos. Pueden desembocar en el extremo de violencia o de desatención. Son las situaciones de los «más vulnerables», como ahora se dice.

Esta plantilla de la envidia, ideada para rebajar las relaciones interpersonales, no es, solo, un artificio psicológico; se aplica muy bien a los grupos y las instituciones. En la actual democracia española, con una veintena de partidos, son manifiestas las conexiones envidiosas. El Gobierno no tiene más remedio que ser de coalición; por tanto, inestable. El verdadero opositor del gobernante es su presunto aliado, su rival próximo. De ahí, la pretensión del que aspira a gobernar, frecuentemente fallida, de hacerlo «en solitario».

¿Por qué la sociedad española contemporánea se muestra tan prona a alimentar envidias y resentimientos? Es el resultado paradójico de la acción modernizadora de ciertas minorías «intelectuales». (El sustantivo «intelectual» lo importaron de París, el mismo año en que se introdujo, 1898, Emilia Pardo Bazán y Miguel de Unamuno). Empero, ese impulso modernizador choca con una base social estanca de escaseces y desigualdades. El contraste favorece la aparición de las personalidades envidiosas.

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