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Pecados capitalesMayte Alcaraz

La quebrantahuesos

En las elecciones adelantadas de hace dos años, Ayuso se comportó como una auténtica quebrantahuesos y aniquiló políticamente a Gabilondo y al odiado mayor de la Villa y Corte, Pablo Iglesias

Actualizada 01:30

Esto que está haciendo la izquierda con Isabel Díaz Ayuso ya está inventado. La izquierda en Madrid está reventada. En la comunidad no pilla cacho desde que en 1995 Joaquín Leguina se fue a casa y Alberto Ruiz-Gallardón ganó por mayoría las elecciones. En el Ayuntamiento, hay que remontarse a 1989, cuando Juan Barranco, un buen socialista que había sustituido al fallecido Tierno Galván, puso epitafio al PSOE, y cedió la vara de alcalde primero a Rodríguez Sahagún y este en 1991 a José María Álvarez del Manzano. Tres décadas, en términos generales, en los que los socialistas madrileños, que se han rebautizado varias veces (primero FSM, ahora PSM) tienen menos vida que el tanatorio de la M-30. Y eso a pesar de los sucesivos escándalos de corrupción de los contrarios.

Sus principales enterradores han sido los mismos que se han cargado España: los funestos Zapatero y Sánchez. El primero convirtió las elecciones madrileñas en su juguetito para colocar amiguetes, cual paracaidistas fracasados. Así Zapatero dio una larga cambiada a Miguel Sebastián que de ministro de Industria le colocó como candidato madrileño y fue tal su testarazo, que ha terminado de tertuliano televisivo. Luego llegó Sánchez, que defenestró primero a Tomás Gómez en la comunidad, so pretexto de que estaba implicado en un asunto turbio en su municipio, Parla, causa de la que fue completamente exonerado; después fulminó al último candidato al Ayuntamiento con posibilidades, Antonio Miguel Carmona, un personaje polémico pero profundo conocedor de Madrid, que pudo ser alcalde con el voto de Esperanza Aguirre para evitar a la abuelita Carmena, pero Sánchez no le dejó; dos faenas: para lucimiento del primer espada.

¿Saben por qué decapitó a Tomás y Carmona? Fácil, porque no le hicieron suficientemente la pelota. Colocó en el ticket madrileño a dos elementos extraños pero necesariamente dóciles: Gabilondo, cuya solvencia académica era inversamente proporcional a su capacidad política, y el simpar Pepu Hernández, cuyo conocimiento de Madrid se reducía al perímetro del estadio Magariños. Todavía están recogiendo los pedazos socialistas en Ferraz: frente a Ayuso, Gabilondo perdió 13 escaños y, por primera vez en la historia, la segunda posición, y Pepu cayó al cuarto lugar en el Ayuntamiento y desde entonces se dedicó a ver básquet en el despacho de Cibeles.

En este contexto, está por ver si Sánchez traslada a algún sobrero de su Gobierno, para competir con la presidenta madrileña, su auténtica obsesión freudiana. En las elecciones adelantadas de hace dos años, Ayuso se comportó como una auténtica quebrantahuesos y aniquiló políticamente a Gabilondo y al odiado mayor de la villa y corte, Pablo Iglesias, que vino a salvarnos del fascismo y terminó de empleado de Roures.

A la única que los electores madrileños indultaron de la quema de mayo de 2021 fue a Mónica García, médica, madre y reventadora de la sanidad madrileña. Ella, que todavía le duele tener que haber devuelto 13.000 euritos que cobraba del Parlamento madrileño mientras estaba de baja como anestesista, y sus amigos del sindicato Amyts, han convertido en una batalla política los problemas laborales que sufren los médicos, incuestionables todos: precariedad, bajos sueldos, interinidad y sobrecarga de pacientes. Nada que no ocurra en las demás comunidades autónomas: Cantabria a la cabeza, pero también Aragón, cuyo presidente socialista coincide en el diagnóstico de Ayuso de que faltan facultativos, y qué decir de Cataluña, donde el dinero para abrir los quirófanos se lo gastan en embajadas indepes.

En el pesebre de la utilización política de la sanidad madrileña han abrevado todo tipo de personajes: desde la ministra de Sanidad, que usa la comparecencia en la Moncloa para hacer propaganda contra una comunidad autónoma, hasta un pretendido líder social, el actor Luis Tosar, que por la mañana lleva a su familia al Rúber y por la tarde graba vídeos en favor de la sanidad pública. Un crack este cómico que, no solo disfruta de las mutuas sanitarias como los «multimillonarios» a los que critica, sino que se forra publicitando cervezas capitalistas; gallegas, eso sí.

La atención primaria es un polvorín, pero eso no es lo que preocupa a la izquierda. Preocupa una señora que ha conectado con el sentimiento de muchos madrileños hartos de ser insultados por los nacionalistas, postergados por el Gobierno de España y pasto de la demagogia cainita de la izquierda. Por eso arrasa en el antaño cinturón rojo, por eso tensa la mandíbula de Sánchez, que no logra asaltar la capital de España contra la que conspiró en pandemia, y por eso pone tan nervioso a los sindicalistas madrileños, que no mojan pan en la olla madrileña desde que gastaban miles de euros en lencería provenientes de una caja de ahorros pública.

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