La verdad y otras mentiras
El sello de correos con la hoz y el martillo es una concesión más de un Sánchez débil. Y justo en el aniversario de Paracuellos. Otra apuesta para dividir y no para reconciliar
El grandísimo poeta que fue y es don Antonio Machado nos dejó escrito: «La verdad es lo que es / y sigue siendo verdad / aunque se piense al revés...». Muchísimos años después, entre tantas definiciones, Felipe González nos ha regalado la suya: «En democracia la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad». El expresidente no ha tenido que bucear en profundos filósofos. Ese empacho democrático confunde la opinión con la verdad. Según esa patochada si unos ciudadanos –aunque fuesen mayoría– decidiesen que no existe la cosa más evidente, el planeta Marte, el desierto del Gobi, por ejemplo, el engendro se convertiría en verdad. Pues no. Creer que algo es verdad no lo convierte en verdad. De esta frase de González emana una pregunta: ¿ha cambiado el expresidente? Si fuese así: ¿por qué?
Con motivo del XL aniversario de la gran victoria electoral de González con un PSOE hecho a su medida, desterrado el marxismo y centrado el mensaje para sumar votos, Sánchez organizó unos actos en los que, envolviéndose en la bandera de aquel triunfo y en la imagen de González, se homenajeaba a sí mismo, se glorificaba frente a su propio espejo. Puro narcisismo. Por eso me extrañó que González se dejase utilizar a no ser que, con mejor información que muchos otros mortales, sepa por dónde va a ir el aire y lo que más le conviene. Al fin y al cabo el expresidente no está en política, es un hombre de negocios. Un jarrón chino. González, al poco de abandonar Moncloa, dijo que los expresidentes de Gobierno eran «grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños», y añadió: «Nadie sabe dónde ponerlos y todos albergan la secreta esperanza de que, por fin, algún niño travieso les dé un codazo y los rompa». Sánchez puede ser el niño travieso.
La verdad se le hace cuesta arriba a nuestro presidente. No tiene costumbre. Colecciona demasiadas verdades negadas. Para definirle podrían utilizarse las palabras con las que lord Palmerston retrató a Napoleón III: «Miente incluso cuando no dice nada». Aquí ya escuchamos aquel «España quiere un Gobierno que no le mienta». Y en lo que dio. Ahora cada día escuchamos a miembros del Gobierno acusando de mentirosos a sus adversarios políticos. Marañón aventuró un diagnóstico: «No hay pertinaz mentiroso que no sea al tiempo un cínico».
Ahí ubico la participación de Sánchez en la cumbre del clima, la gran mentira, a la que los invitados llegaron en 800 jets privados para recomendarnos que viajemos en bicicleta, no llevemos corbata y compremos edredones. O la ministra portavoz, no precisamente un genio, que pide a los medios una información sobre el Gobierno libre de «sesgos de opinión», o sea sólo la versión de Moncloa. O al Gobierno se le ocurre dedicar un sello de correos al PCE, con hoz y martillo incluidos, olvidando la Resolución del Parlamento Europeo de 19 de septiembre de 2019 que condena a los totalitarismos comunista y nazi y «sus horribles crímenes». La Resolución expresa su preocupación: se siguen usando símbolos totalitarios en la esfera pública. Los eurodiputados presentes votaron: 535 a favor, 66 en contra y hubo 52 abstenciones. Avalaron la Resolución los Grupos Popular, Socialista, Liberal, los Verdes /ALE, ECR e ID. Votó en contra el grupo de izquierda rancia en el que se integra Podemos. Insisto: los socialistas europeos votaron a favor.
La Resolución tuvo escaso eco mediático en España, no así en otros Estados europeos. España es hoy una excepción en Europa. Tenemos una vicepresidente y varios ministros comunistas. Un digital que presume de denunciar los bulos –no los suyos– opinó que aquella Resolución del Parlamento Europeo «no es vinculante». Un buen amigo, político belga de fuste, se rio cuando se lo conté. La Unión Europea es un Club y sus socios deben sentirse obligados por las Resoluciones de su Parlamento. Cosa distinta es que miren para otro lado. «Allá ellos», concluyó. El comunismo está fuera de tiempo y en el pasado arruinó, y arruina en el presente, a países que fueron prósperos. El sello de correos con la hoz y el martillo es una concesión más de un Sánchez débil. Y justo en el aniversario de Paracuellos. Otra apuesta para dividir y no para reconciliar.