El poder
El débil «vínculo atlántico» se resentirá del proteccionismo norteamericano y la Unión Europea lo tendrá más difícil para dar el salto tecnológico que se le viene resistiendo
El poder no es un concepto abstracto. Se expresa cotidianamente en el ejercicio de influencia en nuestro entorno. En política internacional esto es particularmente evidente. Sin embargo, el poder, como cualquier expresión humana, está sometida al paso del tiempo, a las famosas «circunstancias» a las que hacía referencia Ortega y Gasset. Si estamos viviendo un cambio de época, si estamos ya inmersos en la Revolución Digital, o IV Revolución Industrial, no podemos pensar que el poder se ejecute de la misma manera que lo hacía previamente.
¿Cómo se ejerce el poder en este nuevo tiempo? Por una parte, está limitado por circunstancias que vienen de atrás. La más importante es la disuasión nuclear. Entre grandes potencias la victoria es imposible, por lo que el uso de la fuerza militar tiene una obvia limitación. De ahí la importancia de conflictos indirectos, donde terceros se convierten en el teatro de operaciones en el que las grandes potencias dirimen su influencia. Los casos de Siria y Ucrania serían ejemplares en ese sentido.
La Revolución Digital trastoca el campo de batalla al aportar nuevos «dominios» en los que normas y maneras se convierten en anacrónicas. El espacio cibernético y el cognitivo son los más característicos de nuestro tiempo; en ellos el conflicto se hace permanente y el Tratado de Washington pierde su función. Ya no se trata de ocupar espacio físico, sino de robar patentes e información, de alterar procesos productivos o sociales, de reconfigurar la visión de una sociedad sobre un tema concreto…
Acceso a las materias primas, seguridad en las cadenas de suministro, innovación y acceso a los mercados conforman el cocktail que define el poder de nuestro tiempo. Sin duda, el elemento más importante es la innovación, aunque sola resulta estéril. Es el resultado de la educación y de políticas públicas de apoyo. Protegerla y preservarla es de interés estratégico, tema que obsesiona a la Comisión Europea y que ocupa al Parlamento. No cabe improvisación, pesan los errores del pasado y nos jugamos muchísimo en su desarrollo.
Es comprensible que la crisis de Taiwán y la guerra de Ucrania nos devuelvan a un ambiente bélico, más característico de la II Guerra Mundial que del tiempo presente. Pero es engañoso. Las grandes potencias no están interesadas en un choque militar directo. La «competencia entre grandes potencias», término oficial para referirse a la sociedad internacional posterior al difunto «orden liberal», se desarrolla en un teatro diferente en el que la supremacía económica resulta capital.
Como hemos comentado en más de una ocasión, la crisis del «orden liberal» llegó cuando quien lo patrocinó, Estados Unidos, consideró que aquella estrategia iba en contra de sus intereses nacionales. Con Barack Obama se inició un giro hacia el proteccionismo que se agudizó con Donald Trump y se está consolidando con Joseph Biden. Estados Unidos viene aprobando un conjunto de normas dirigidas a proteger los puestos de trabajo y la innovación. Ayudas de todo tipo encontrará quien quiera invertir en el país… a costa de los aliados, para quienes el acceso a ese mercado en condiciones competitivas se hace crecientemente difícil. Vamos, poco a poco, descubriendo las consecuencias del gran fracaso que supuso el rechazo norteamericano a un macro acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos, que nos hubiera permitido avanzar juntos hacia la Revolución Digital.
Estados Unidos afronta los retos de esta nueva época considerándonos rivales, no como aliados. Estamos cosechando lo que hemos sembrado durante décadas. No cabe engañarse: la innovación es el núcleo del poder. No estamos ante una guerra arancelaria o comercial, sino ante una tensión estratégica entre aliados. Este es el marco en el que cobrará pleno sentido el Concepto Estratégico aprobado en Madrid. Desde entonces ya hemos podido constatar la singular interpretación alemana sobre nuestras relaciones con China o la disposición francesa a negociar, léase dividir, Ucrania para dar satisfacción a Rusia. El débil «vínculo atlántico» se resentirá del proteccionismo norteamericano y la Unión Europea lo tendrá más difícil para dar el salto tecnológico que se le viene resistiendo. Lo que está por ver es cómo quedará la cohesión europea tras estas tensiones. Pero ese es un tema que trataremos en otra ocasión.