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Oscura claridadClara Zamora Meca

La II guerra civil española

Finalmente, entre tanta corrección cobarde apareció alguien que decidió priorizar su amor por los demás, por su país y por sus principios a la comodidad de entender la política como un trabajo funcionarial

Actualizada 09:15

Los lugares más oscuros del infierno
están reservados para aquellos que mantienen
su neutralidad en tiempos de crisis moral
Dante AlighieriLa Divina Comedia

Aunque debería utilizar el presente como forma verbal, me permitiré la licencia de escribir en pasado, como haciendo historia de una realidad peligrosa, que no estamos sabiendo manejar. El objetivo es darle perspectiva. El túnel del tiempo puede aportar una visión clarificadora de lo que ahora debe ser prioridad. Esto es una especie de aullido de loba, solicitando el rescate de un verdadero líder, que se echa mucho en falta.

La segunda guerra civil española tuvo lugar en la primera mitad del siglo XXI. Fue la consecuencia de los complejos no resueltos por parte de los herederos de los perdedores de la primera, finalizada un siglo antes. Esta contienda ideológica comenzó con la brutal alianza Sánchez-Iglesias, avanzando hacia una solapada ideología fascista, con un programa tan rompedor como inverosímil. A pesar de que sus esperpénticos principios no eran idénticos, ambos comulgaron con el único fin de llegar a gobernar y construir una nueva cultura en el reino de lo irracional, de lenguaje cínico y alucinaciones conspiratorias.

La pretensión final era instaurar un régimen a su medida, cercano a la radicalidad del totalitarismo de la ultraizquierda mundial. Fueron modificaron los elementos de poder, legalizando todo lo necesario para conseguir sus aspiraciones. De esta manera, dirigirían todos los mecanismos de toma de decisiones y se harían con el control social, a través del dominio de la propaganda, la policía, la educación y la producción cultural del país. En este interés, dieron rodeos. Iglesias desapareció de la primera fila, para seguir manipulando desde la sombra. Sánchez fue deshaciéndose uno a uno de todos aquellos que entorpecieran sus ambiciones. Su Gobierno estaba lleno de peones fáciles de manipular y moldeables según el rumbo de las circunstancias.

El pueblo español, adormecido, observaba sus jugadas como el que mira por la televisión un partido de ajedrez, mudo, inmóvil, distante, como si con ellos no fueran todas las faltas a la verdad, a la moral cristiana, a la historia colectiva, a la esencia de su cultura y al futuro de sus hijos. Los presidentes de los partidos políticos de la oposición tampoco tomaban decisiones firmes, criticaban delante del micrófono, pero faltaban firmeza, decisión, coraje, alguien sin miedo a perder las bondades de burgués acomodado. Todo sucedía rápidamente, en un alarmante silencio generalizado, con un cinismo palpable y efectivo. La clave de la victoria del incipiente régimen dictatorial estaba precisamente en esa educación basada en el respeto y en la decencia de la oposición. Sus virtudes eran sus propios lastres.

Finalmente, entre tanta corrección cobarde apareció alguien que decidió priorizar su amor por los demás, por su país y por sus principios a la comodidad de entender la política como un trabajo funcionarial. Aquel individuo era joven, inteligente, de pensamiento original y descollante, formado en leyes, con una espléndida telegenia y una capacidad discursiva extraordinaria. Su principal virtud era su coraje, era un ser sin miedo, a pesar de tener tanto o más que perder que los que fueron cayendo. La lucha se sustentaba en la manutención de lo que otros construyeron con mucho esfuerzo para nuestro bienestar. Plantó cara y dio un golpe sobre la mesa, sin gritar, sin dudar; simplemente, actuó.

Gracias a él, España se liberó de la condena que le amenazaba. Se desterraron a todos los dirigentes que habían faltado a su palabra y al bien de la nación. Sánchez, que había dado más ministerios que títulos nobiliarios el Rey Alfonso XIII, pidió ser encarcelado junto a su primer ministro de Universidades y su primera ministra de Igualdad; así, al menos, sus días entre rejas serían lo más parecido a un circo, siendo él el domador de tanta fierecilla domable. Volviendo al tiempo presente, finalizo acentuando la necesidad de que este salvador, en caso de existir, dé por fin un paso al frente. No le reconozco entre los políticos actuales. ¿Dónde estás? Te necesitamos.

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