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Oscura claridadClara Zamora Meca

Todos somos Andy Warhol

Andy Warhol entendió antes que nadie el poder de la autopromoción. Su arte era él. Creó su marca personal basada en sí mismo, y ese es el espíritu que permanece

Actualizada 09:08

Una vez, en un bar del barrio de Salamanca, a altas horas de la madrugada, me preguntaron que qué era lo que más me gustaba en esta vida. La pregunta me sonó a parvulario. Respondí que qué tipo de interrogante era ése y que, por supuesto, no iba a regalar esa confesión. Ahora, siete años después, respondería de otra manera. Lo que más me gusta del mundo es reírme y, con los años, cada vez más. No soporto a la gente victimista. No obstante, antes de desarrollar la idea que rige este artículo, deseo mandar un mensaje de solidaridad y cariño a todas las perjudicadas que han visto recortadas las penas de sus violadores por la osadía incalificable de la señora Montero. Mi tema de hoy es otro, pero se puede enlazar con esta tragedia. Vayamos en orden.

A nadie sorprenderé si digo que el valor supremo en alza es la diversión. La raíz de este fenómeno es cultural. La banalización lúdica de todos los aspectos de la vida tiene como consecuencia la laxitud moral, y la política es una de las principales víctimas. Un buen ejemplo es la prácticamente nula reacción del gran público ante los casos de estafa, faltas a la verdad y corrupción del Gobierno. Somos una sociedad cada vez más indulgente. El periodismo tiene que compatibilizar su función censora con la del entretenimiento, porque si no tampoco sobreviviría. En general, lo que antes se entendía como cultura se ha democratizado y popularizado tanto, que ha dejado de existir como tal.

Hasta hace algo más de dos décadas, las distintas disciplinas habían estado capitaneadas por determinadas figuras relevantes, que eran aceptadas de forma consensuada y generalizada. Por ejemplo, los referentes creativos en pintura contemporánea eran Picasso, porque indiscutiblemente abrió todas las vías de expresión que caracterizan las vanguardias históricas; Kandinsky, que inició la pintura abstracta; Mondrian, Pollock y pocos más. Aparte de todos ellos, por lo que representa, apareció la figura de Andy Warhol. ¿Por qué lo separo de los demás? Porque la agudeza de este americano no estuvo tanto en su capacidad artística, como en su pionera visión para convertirse en un icono en sí mismo, él era el producto artístico. Comenzaba esa concepción del ego que ahora tiene su máxima expresión.

En cuestiones de moda, por poner otro ejemplo, los referentes que consiguieron una identidad propia, aportando un valor único a sus marcas, fueron poquísimos y aún perduran sus firmas en el tiempo. Hoy en día, no hay niña bien en España que se precie y no tenga su propia marca de ropa. Los jóvenes cantantes son tantísimos y duran tan poco, que se conocen más por su tema de éxito que por sus nombres. Lo mismo sucede en política, la tendencia al alza es que cada político quiera su propio partido, sus propias siglas, su sillón de presidencia. Y, finalmente, llegamos a la democratización absoluta del éxito, cualquiera puede tener su efímero momento de gloria en Instagram, TikTok o Twitter.

Andy Warhol entendió antes que nadie el poder de la autopromoción. Su arte era él. Creó su marca personal basada en sí mismo, y ese es el espíritu que permanece. Esta democratización del concepto artístico, de la desaparición de referentes claros, es a lo que me refiero cuando digo que la cultura como la veníamos entendiendo ha desaparecido. Cualquier cosa está bien, si entretiene; y la política, tal como está establecida, entretiene, y mucho. Hay que matizar que lo que puede ser divertido para uno, puede no serlo para otro. Como conclusión a lo expuesto, en la era de la diversión y del espectáculo, el payaso es el rey. Pero no hay que preocuparse mucho, porque todo será sumamente efímero. Siete años han pasado ya desde aquella pregunta, ¡cómo se han aclarado las cosas, Alfonso y Gabriel!

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