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HorizonteRamón Pérez-Maura

Año Nuevo: todo es susceptible de empeorar

Todo esto lo hemos visto, no en un año sino en mes y medio. El objetivo era demoledor y el éxito desde el punto de vista de quienes planificaron la perversa operación ha sido arrollador

Actualizada 01:00

Gracias a Dios se acabó 2022. Pensar en todo lo que ha sucedido el pasado año produce miedo: El 13 de noviembre El Debate anticipaba la hoja de ruta que había marcado el Gobierno y que, como entonces decíamos, ha pasado por el fin de la sedición como delito, a lo que se sumó también la reducción del delito de malversación; el control del Tribunal Constitucional y como se verá, la celebración de algún tipo de consulta o referéndum sobre la independencia de Cataluña, como ha anunciado el presidente de la Generalidad y socio de Sánchez. Y hay que reconocer que Pere Aragonès no miente. Siempre anuncia exactamente lo que va a hacer o conseguir que otros le hagan atendiendo a sus peticiones.

Tres días después, el 16 de noviembre, empezaba la previsible crisis desencadenada por la reforma del Código Penal, perpetrada por el Ministerio de Igualdad. Una iniciativa que ha generado la excarcelación y la rebaja de penas de más de un centenar de delincuentes condenados por delitos sexuales. Lo que no ha impedido a la formación morada hacer público un video de autobombo para resaltar el éxito obtenido con ésta y otras iniciativas. Como era de prever, el Gobierno culpó de esos beneficios a quien interpretó la ley, es decir, los jueces, y no a quien la redactó. Ellos nunca tienen la culpa de nada de lo que hacen. Y después arremetió contra el Tribunal Constitucional en una flagrante violación de la separación de poderes, más propia de dictaduras tercermundistas.

En la línea de la degeneración social, el Gobierno ha completado el año con una nueva ley del aborto que permite abortar a menores de edad sin necesidad de permiso parental y otra ley que permite a un niño hacerse una operación de cambio de sexo también sin permiso paterno. Es obvio que el objetivo de este Gobierno es acabar con la sociedad que conocemos. Arrasar con la impronta cultural que ha dejado el cristianismo no ya en España sino en todo Occidente durante dos mil años. Y todo esto lo hemos visto, no en un año sino en mes y medio. El objetivo era demoledor y el éxito desde el punto de vista de quienes planificaron la perversa operación ha sido arrollador.

Confieso que no soy capaz de imaginar cuáles pueden ser los siguientes pasos en el año que hoy empieza. No lo sé porque este Gobierno es capaz de llegar a donde nadie imaginó que podrían ni siquiera intentar acercarse. Pero sabemos que nos queda un año por delante antes de las elecciones y que nuestro futuro es inquietante. La destrucción de nuestro modelo de sociedad no parece estar teniendo graves consecuencias en los sondeos; no así la supresión de la sedición como delito y los indultos a los golpistas de octubre de 2017. Pero Sánchez cree que con la ayuda de los grupos mediáticos de su entorno logrará desdibujar el recuerdo del problema catalán. La gestión económica siempre es un factor muy relevante en unas elecciones. Pero ya hemos visto cómo Sánchez ha sacado la manguera y se propone regar con dinero público –es decir, con deuda– a amplios sectores de la sociedad que acabarán creyendo que esa gestión no es tan mala. Y el problema de nuestra gigantesca deuda quedará para sucesivas generaciones que tendrán que arreglar un problema del que somos responsables nosotros.

No quiero amargar a nadie el Año Nuevo. Pero no soy nada optimista ante lo que nos espera. Todo es susceptible de empeorar.

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