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El mayor peligro

Solo en la antigua Grecia se desarrolló el cultivo de la teoría. Europa heredó la tarea. Entonces se olvida de sí misma cuando olvida que nació de la idea de la razón y del espíritu de la filosofía

Actualizada 01:00

El mayor peligro para Europa es la estupidez, la epifanía de los necios. No es Rusia ni China, no es el Islam ni la crisis energética. Es la estupidez.

En realidad, Europa no es una realidad ya hecha ni una cultura definitivamente edificada, sino un proceso, siempre inacabado, de europeización. Rémi Brague, en su libro Europa, la vía romana, sostiene que los europeos somos más herederos que creadores. En el fondo, no hemos inventado nada, pero hemos sabido conservar y transmitir un caudal que viene de más arriba. Somos, en ese sentido, romanos.

«Europa no es otra cosa que un constante movimiento de europeización. La europeización es un movimiento interno de Europa; más aún, es el movimiento interno de Europa en cuanto tal. Europa no preexiste a la europeización; Europa es el resultado de la europeización, no su causa».

Las fuentes de la civilización europea son exteriores a ella: la cultura griega, la religión judía y el derecho romano. Es decir, el cristianismo. La barbarie, hija de la estupidez, consistiría en la interrupción de este secular proceso de europeización.

George Steiner, en su conferencia La idea de Europa, la define mediante cinco axiomas: la institución de los cafés, el paisaje a escala humana y transitable, las calles y plazas que llevan los nombres de los grandes hombres del pasado, nuestra doble ascendencia en Atenas y Jerusalén y una autoconciencia escatológica, esa aprensión de un capítulo final que ensombreció su esencia incluso en sus horas de mediodía, esto es, los horrores del siglo XX.

Max Weber enseñó que la democracia debe ponerse en práctica allí donde sea apropiada, pero que la formación científica requiere la existencia de un cierto tipo de aristocracia intelectual. Y formuló así el austero ideal de una verdadera clase intelectual: «Aquel que no sea capaz de ponerse anteojeras […] y convencerse de que el destino de su alma depende de si su interpretación particular de un determinado pasaje de un manuscrito es correcta, será siempre ajeno a la ciencia y al saber».

Steiner recuerda que el historiador griego Heródoto planteó la siguiente cuestión: «Todos los años enviamos nuestros barcos con gran peligro para las vidas y grandes gastos a África para preguntar: «¿Quiénes sois? ¿Cómo son vuestras leyes? ¿Cómo es vuestra lengua?». Ellos nunca enviaron un barco a preguntarnos a nosotros». Y añade Steiner: «No hay corrección política ni liberalismo a la moda que pueda destruir esa cuestión». Y, añado, acaso esto explique la incomparable grandeza de la civilización europea y de sus creaciones culturales. El genio de Europa se expresa eminentemente en su música, en su ciencia y en su pensamiento especulativo, es decir, en su filosofía. Música hay en todas las civilizaciones, peno no existe nada comparable a lo que han creado, entre otros, Bach, Mozart, Beethoven y Schubert. Hay matemáticas en otras culturas, pero nada comparable a la matemática pura desde Euclides hasta el último teorema de Fermat. Pensamientos filosóficos han existido en otros lugares, pero nada comparable a la filosofía griega y su continuidad europea. Pero ¿a cuántos europeos les sigue cautivando la música clásica de Alemania y Austria?, ¿cuántos se apasionan con los avatares de la ciencia pura?, ¿cuántos siguen el camino del pensamiento especulativo? ¿cuántos ponen el destino de sus almas a la interpretación del sentido de un manuscrito?

Quien desee calibrar la relevancia de la filosofía en la crisis actual, debe leer la conferencia dictada en Viena por Edmund Husserl poco antes de morir titulada La filosofía en la crisis de la humanidad europea. Solo en la antigua Grecia se desarrolló el cultivo de la teoría. Europa heredó la tarea. Entonces se olvida de sí misma cuando olvida que nació de la idea de la razón y del espíritu de la filosofía. Husserl concluye que el peligro reside en un gran cansancio. Y, cabría añadir, de la inmensa estupidez derivada del cansancio de pensar.

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