El show de los mini estadistas
Por un momento te entra la duda: ¿qué es más ridícula, la zafiedad pedrochesca o esos pomposos mensajes de Estado de los presidentes regionales?
La tradición se inventa, como tan bien explicó el historiador británico Eric Hobsbawm, un curioso caso de gran cabeza para unas cosas y tremenda empanada marxista para otras. Entre las recientes tradiciones españolas de fin de año figuran el Momento Pedroche y los discursos navideños de los presidentes autonómicos. Por momentos te entra la duda sobre qué es más ridículo, si la rancia puesta en escena de una señora que solo ofrece algo tan facilón como despelotarse un poco, o el ver a los líderes de las taifas regionales poniéndose estupendos en seudo discursos de Estado que nadie ve ni a nadie interesan.
El primero en salir a la palestra fue el catalán, por supuesto. Habló antes que nadie, el 26 de diciembre (ya se sabe que líder del pueblo superior tiene que desmarcarse del resto de las regiones). Aburrió al respetable con la matraca esperada: el señorín quiere un referéndum el año que viene (y lo malo es que si Mi Persona necesita esos escaños separatistas para seguir en la Moncloa buscará una manera de dárselo). Tras Aragonès han desfilado el resto. Moreno Bonilla se ha puesto creativo y se ha dirigido al pueblo andaluz desde una fábrica de aceites. Mañueco ha optado por un paisaje serrano como fondo. Rueda habla desde debajo de unas bóvedas. Page y Ayuso pronuncian sus peroratas ante sendos árboles de Navidad, dando la sensación de que en cualquier momento van a lanzarse a entonar algún clásico navideño de Mariah Carey. Urkullu, muy serio hasta cuando está incurriendo en lo grotesco, declara que este año que empieza será el del «Euskadi Basque Country». Pero como lo han grabado en un vestíbulo de Ajuria Enea, la verdad es que la cosa le queda un poco de repartidor de Amazon.
Todo este desfile de presidentes regionales dándose el pote y hablando como mesías supone una parábola perfecta de cómo se nos ha ido la pinza con el invento autonómico. Lo que nació como una propuesta bienintencionada para servir mejor a los ciudadanos mediante una gestión de proximidad ha derivado en otra cosa. Hemos creado la España absurda de los 17 mini países. Hemos deshuesado el Estado. Hemos creado un extrañamiento creciente hacia lo común y solidario, es decir, España. A veces empieza ya a cundir la sensación de que solo nos unen la Liga, el gordo de la lotería, el Rey (mientras le dejen), El Corte Inglés, el escaqueo laboral, la flora y fauna del corazón y las inagotables ganas de cachondeo. Una pena, y a veces una paletada, esto de los estaditos.