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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Dos cartas de Mingote

El Rey Juan Carlos I me preguntó de sopetón: «Si fueras el Rey, ¿a quiénes concederías un título nobiliario?». Le di tres nombres: «Antonio Mingote, Plácido Domingo y Amancio Ortega». Mi propuesta fue asumida en un 33,33 por ciento

Actualizada 01:30

El Rey no ha concedido todavía ningún título nobiliario. Sus motivos tendrá. Quizá, que no hay en la España actual ni mujer ni hombre dignos del aprecio Real por su inteligencia, su labor social, o sus méritos profesionales o artísticos. Quizá porque el PSOE y Podemos le han exigido que no lo haga, por considerarlo improcedente. Quizá, porque a la Reina le incomoda la Nobleza. Un título no es una valoración elitista. Es un premio a una trayectoria excepcional cuya concesión es prerrogativa exclusiva del Rey. Una mañana, charlando en su despacho con el Rey Juan Carlos I, me preguntó de sopetón: «Si fueras el Rey, ¿a quiénes concederías un título nobiliario?». Le di tres nombres: «Antonio Mingote, Plácido Domingo y Amancio Ortega». Mi propuesta fue asumida en un 33,33 por ciento. Días más tarde, me llamó el jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno. «Para informarte, el Rey firmará en los próximos días la concesión del título de marqués de Mingote al gran Antonio». Me llenó de alegría, pero le hice ver que el título de marqués de Mingote lo interpretarían algunos como un chiste. Y le propuse que consultara con el Rey el título de marqués de Daroca, la localidad aragonesa que Mingote sentía como suya. Allí nació su padre, y allí pasó los mejores años de su vida. Y Don Juan Carlos hizo a Mingote marqués de Daroca.

Con ese motivo, Antonio escribió dos extensas cartas manuscritas en papel timbrado de la Real Academia Española que transcribo íntegra y textualmente. En las dos cartas había dibujado sendas coronas marquesales de exagerado tamaño. La dirigida al Rey Juan Carlos decía: «A S.M. el Rey. Ignoro, Señor, entre otras muchas cosas que ignoro, si existe un protocolo especial para escribir cartas al Rey. Por lo que he decidido dejarme llevar por mi afán de comunicarme con Vuestra Majestad desafiando mi falta de información y escasa disposición para la correspondencia. Sería un intolerable tópico escribir mi agradecimiento por el nombramiento de marqués. ¡Pues claro que lo agradezco, no faltaba más! Y me enorgullece, tal vez desmesuradamente, si el agradecimiento incluye reconocer la justicia de la gratificación. Pero lo de la justicia o no, Señor, tengo que dejarlo en la cuenta de Su Majestad. Sí os puedo contar que en Daroca, la mañana en que se supo mi nombramiento no se hablaba de otra cosa a lo largo de las tiendas, bares, establecimientos y tertulias de la calle Mayor. Los darocenses están tan orgullosos como yo, y satisfechos de verse, con su ciudad, centro de las noticias del día, tras una larga etapa de lejanía y desconocimiento. Gentes que han querido a mi padre, uno de los más ilustres darocenses, han celebrado el enaltecimiento de su hijo –¿o seré nieto?– con tanta satisfacción y regocijo, como si el equipo local de fútbol hubiera marcado gloriosamente un gol en la portería del Real Madrid, que ya es marcar. Y su devoción por Vuestra Majestad aumenta. Se dice de un recalcitrante republicano que ha prometido leer el ABC todos los domingos, incluso en cualquier otro día si hubiera peligro de muerte. Otro motivo de esta carta, Señor, después de algún tiempo en que he dejado de trabajar diariamente para mi periódico, (lo que se está publicando estos días pasados han sido refritos escogidos) es enviaros este dibujo con el que reanudo por el momento mi colaboración, que será, desde ahora, mucho menos asidua (diaria) de lo que ha sido durante ¡58 años!, y he querido que este dibujo esté dedicado a Vuestra Majestad, por mucho que se diga que se trata de un estómago agradecido y adulador. (El republicano de antes se consuela y tranquiliza pensando que no me queda mucho tiempo para seguir adulándoos). Os pido perdón, Señor, por la posible impertinencia de esta carta. No insistiré, pues sé que Vuestra Majestad está al corriente de mi inquebrantable devoción y eterno agradecimiento. Antonio Mingote. Diciembre de 2011».

Y una segunda carta, dirigida a su amigo treinta años menor. También con una gran corona dibujada y un comentario a la derecha. «Me ha salido demasiado grande. Tendré que remediar mis ansias de grandeza».

«Queridísimo Alfonso: Quiero inaugurar mi correspondencia bajo el membrete coronado que estás viendo, para agradecerte, en primer lugar, que pueda existir ese membrete, pues tú eres el principal responsable de que yo lo haya podido dibujar. Y en segundo lugar, para pedirte consejo.

¿Está bien el membrete donde está? ¿Puede ser más grande, o sería ostentación, así como reducirlo de tamaño significaría humildad, por mi parte, hipócrita? ¿Se encuentra en lugar correcto o sería recomendable desplazarlo al ángulo superior izquierdo, como suelen presentarse las mercerías y demás establecimientos lucrativos? ¿Basta su aparición como sencillo dibujo en blanco y negro, o resultaría más solemne, además de decorativo, pintarlo al óleo? En fin, espero tus acertadas indicaciones al respecto. Tú sabes, querido Alfonso, que por muchas bromas (de dudoso gusto algunas, por cierto), que me permita sobre este asunto, he asumido mi nombramiento con indisimulable orgullo y profunda satisfacción. Tanto, que me propongo someter mi conducta a las inflexibles (supongo que son inflexibles) normas por las que se deben regirse los nobles (y tiemblo de pavor al escribir la palabra). Por lo que apelo a ti, que perteneces a la nobleza consolidada, para pedirte consejo y orientación. ¿QUÉ HAGO, ALFONSO?

Antes de esta carta he escrito otra al Rey, manifestando mi agradecimiento y renovando mis votos de lealtad a la Corona. Por otra parte, he pensado nombrarte consejero (sin sueldo) de mi inexperto hijo para que, cuando me ausente de este planeta conflictivo, procures del que, hasta ahora, es plebeyo ignorante, ajuste su conducta a lo correcto. Aunque si no aceptas el nombramiento, ocupado como estás por tus innumerables compromisos y trabajos, lo comprenderé. Que el muchacho se apañe. Por lo menos, espero que te reúnas con él algún lunes en el Club 31 o donde sea, y le enseñes cuál es el camino. Y cómo se manejan los cubiertos del pescado. Un abrazo enorme. Hasta luego. Totón».

Creo que el Rey Felipe VI haría bien en recuperar la buena costumbre de ennoblecer a quienes se lo merecen. Científicos, militares, empresarios creadores de miles de puestos de trabajo, artistas, magistrados, deportistas, médicos e incluso, si se diera el caso, que no se da, algún político que piense y trabaje por España sin pensar en su gloria o beneficio.

Se trata de una prerrogativa Regia, que nada tiene que ver con la antigüedad y sí con la tradición. Pero, en fin…

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