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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Las Luisas

Segoviano y Balaguer ya han empezado a hablar de superar la ley para adaptarse al negocio que Junqueras tiene entre manos con Sánchez

Actualizada 01:30

Hay dos María Luisas en el Tribunal Constitucional que prometen dar grandes tardes de gloria. Una, Balaguer, ya lleva tiempo ofreciéndolas, desde que el PSOE andaluz de los ERE la promovió, y puede mejorarlo si acaba derrotando a Cándido Pumpido, que tiene nombre de árbitro casero, en la pugna por presidir la cosa.

La otra es una novedad, y desde un apellido que lo mismo vale para defender la Carta Magna que para cargársela o pedir una bebida de los 80 en las mejores tascas de barrio, se ha estrenado por todo lo alto. Segoviano, con coca cola s’il vous plaît, ha venido a decir que todo se andará con la autodeterminación.

Las Luisas, Balaguer y Segoviano, son las menos malas, lo que remite a una escena habitual en los programas de televisión antes de entrar: te meten en la sala vip y tú te preguntas, viendo ese adefesio, que si ésa es la estancia buena cómo no será la cutre.

El coqueteo constitucional con el referéndum, el derecho a decidir, la independencia y todas las mandangas que Oriol pide y Pedro otorga ha comenzado incluso antes de que al control del TC le suceda el de todo el Poder Judicial, lo que sugiere un futuro esplendoroso para el independentismo y una boñiga para España: si al Gobierno se le suman los jueces «progresistas» y a todos ellos les escudan los medios sanchistas, el destino está escrito.

Da igual lo que imponga la Constitución si una Luisa dice que se puede hablar de ello y la otra Luisa añade, en RNE, la explicación definitiva a todos los excesos de Sánchez, que nunca camina solo: «Soy partidaria de un Derecho constructivista. En supuestos concretos, es necesario superar a la Ley».

Esa frase lo resume todo: políticos, jueces y periodistas zurdos se adjudican a sí mismos una autoridad moral mayor y, cuando el bien que encarnan no está suficientemente atendido por el aburrido catálogo de normas, costumbres y leyes conocidas y no se puede cambiar sin respetar un tedioso procedimiento que requiere de negociación con el enemigo involucionista, se salta por encima para adaptarlo por la fuerza a una razón superior.

En España se han proclamado repúblicas y expulsado a reyes sin necesidad de seguir los cauces oficiales, sustituyendo el recuento aritmético de todo proceso democrático por una imposición por la fuerza del sentir de una supuesta mayoría abrumadora que no tiene tiempo ni ganas ni necesidad de seguir los conductos ordinarios.

Frente a quienes apelan ingenuamente a la imposibilidad legal de reformar la Constitución sin cumplir los requisitos, inalcanzables para Frankenstein y la parada de los monstruos que le acompaña, queda la enseñanza de la historia remota y de la reciente, visibles en la semilla plantada por Sánchez con su negligencia proverbial.

Porque sea ahora o mañana, el Gobierno ya le ha dado al separatismo su mayor victoria: primero indultó a los delincuentes; después derogó sus delitos y ahora solo queda legalizar sus objetivos. Algo que logrará, con un nombre u otro, cuando desalojen de Moncloa al Rompetechos que ahora la ocupa y llegue otro presidente con los pantalones en la cintura.

Y si hay que afinarlo, ahí estarán las Luisas para lo que haga falta, que han venido aquí a hacer historia.

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