Profesor adjunto
Los catedráticos que aprobaron la solicitud del profesor adjunto, son igualmente culpables. Un tipo así no puede enseñar Teoría Política a los universitarios españoles
En su aspecto, parece algo más aseado que en años anteriores. Me refiero al profesor Iglesias Turrión que, al fin, después de dos intentos fracasados, consiguió una plaza de profesor adjunto en la Facultad de Ciencias Políticas. Mucho me temo que en pocos meses empezará a hacer «pellas», porque hasta sus más incondicionales reconocen que se deja vencer por la indolencia. Contaba don Joaquín Calvo-Sotelo los pormenores del rigor horario de un catedrático –algo más que profesor adjunto– de Derecho Procesal en sus tiempos de estudiante. Llegaba a clase todos los días con veinte minutos de retraso. Era un erudito y los minutos volaban. Cuando sonaba el timbre que anunciaba el fin de la clase, el catedrático interrumpía drásticamente su lección, guardaba códigos y papeles en su cartera de mano, y comentaba con honda pompa y circunstancia: «Señoras y señores: ya que no hemos sido puntuales a la entrada, seámoslo a la salida». Y tomaba las de Villadiego.
El profesor adjunto Iglesias Turrión no tiene sentido del humor, como buen dogmático comunista. Un comunista o un nazi con sentido del humor no forman parte de una modalidad humana o inhumana en peligro de extinción. No se puede extinguir lo que no existe. El dogma invade y la mente obedece exclusivamente al dogma. El sentido del humor en Moscú tenía como sede los almacenes Gum, en la plaza Roja, enfrentados al mausoleo de la Momia y al Kremlin. Los planes quinquenales del comunismo exhibían allí sus terribles productos. Un año, todos los hombres llevaban pantalones marrones y las mujeres gorros grises. Entró a comprar un ruso cachondo sus correspondientes pantalones. Rechazó los marrones y solicitó unos negros. La comisaria jefe del sector de pantalones fue alertada por la camarada dependiente del sector «B» pantalonil. «Hay un camarada que rechaza los pantalones marrones y desea adquirirlos negros».
La comisaria jefe se puso en contacto con el camarada director del Departamento Textil. Éste llamó a la policía, y el camarada cliente fue detenido. «Era una broma», se defendió el camarada cliente. «El Plan Quinquenal no es una broma. No se pueden hacer bromas con las camaradas que han tejido los pantalones en sus 'komsomoles'». Del camarada cliente nunca más se supo. El profesor adjunto camarada Iglesias tiene similar sentido del humor al del camarada director del Departamento Textil de los almacenes Gum del decenio de los sesenta, la década de los pantalones marrones obligatorios, que no armonizaban con los zapatos, que era negros, como las camisetas de los separatistas catalanes y los locutores de la SER. Pero tengo la sensación de haberme ido por las ramas.
Lo que enseña el profesor adjunto Iglesias Turrión nace de su comunista convicción. De ahí, que en su primera lección haya dejado dos perlas de sus sentimientos y convicciones demócratas. «La Revolución tiene que ser básicamente una insurrección armada», y «lo mejor de China, es que allí no hay elecciones y se puede planificar». Como para reírse. Sólo le falta, en una segunda lección, elogiar los campos de concentración para disminuir el número de disidentes del sistema. Los catedráticos que aprobaron la solicitud del profesor adjunto, son igualmente culpables. Un tipo así no puede enseñar Teoría Política a los universitarios españoles. Hay que pagarle un viaje a China, para que planifique tranquilamente, sin madrugar en aquel país que tiene la ventaja de no hacer perder el tiempo a sus habitantes con absurdas y burguesas elecciones. Y que se atreva a liderar una insurrección armada, que los chinos tienen un extraño sentido del humor –chino, se entiende–, y les da mucha risa lo de la insurrección armada.
Eso sí. Al menos, se cuida y acude a clase algo más limpio y aseado que de costumbre. Algo hay que elogiar.