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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Don Lucio

Madrid le debe una parte de su encanto a Lucio Blázquez, el gran tabernero de la Cava Baja, el gran señor de la hostelería, el amigo de todos y el mesonero que jamás engañó con sus platos típicos

Actualizada 01:30

En un gran azulejo se ha inmortalizado la frase de Joselito el Gallo en la plaza de toros de El Puerto de Santa María. «Quien no ha visto toros en El Puerto, no sabe lo que es un día de toros». De los toros a un restaurante, de El Puerto de Santa María a Madrid: «Quién no ha pisado Casa Lucio, no sabe lo que es comer en Madrid». Don Lucio Blázquez, tabernero, que así se autodenomina. Alma de Madrid que un día llegó a la capital del reino desde Serranillos, en la provincia de Ávila. Ha cumplido noventa años y el Ayuntamiento de Madrid ha tenido a bien homenajearlo. Sus hijos María del Carmen, Fernando y Javier han heredado, y muy bien, el mando de Casa Lucio, pero el fundador todavía recibe, saluda, habla y recrea sus recuerdos con sus clientes, con su impoluta chaqueta blanca. Es forofo del Atlético, y jamás se le ha oído crítica alguna o desprecio al Real Madrid.

–Respeto y quiero al Real Madrid, además ¿cómo voy a criticarlo si el 75 por ciento de mis clientes madrileños son madridistas?

Castizo de la calva a los pies. Por su restaurante de la Cava Baja, en pleno barrio de La Latina, han pasado Reyes, presidentes, artistas, sabios, cineastas –de los de antes–, deportistas, el todo Madrid y el todo que Madrid visita. En una mesa esquinera, el Rey Juan Carlos y el presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton zampándose unos huevos estrellados. Y Bush, Sinatra, Ava Gardner, Lola Flores, Luis Miguel y Ordóñez, Charlton Heston, David Niven, Don Juan De Borbón, y decenas de miles de mujeres despampanantes, y Antonio Mingote, Zubiri, Di Stéfano, Bernabéu… «Los productores de huevos me tendrían que haber regalado ya un avión». El gran cocinero Troigrós, también culpable de la nueva cocina estafadora, dijo de Lucio que es el Picasso de la gastronomía. Callos, carnes, mariscos y judías con faisán, y sobre todo, los huevos estrellados, que tantos le imitan y nadie los estrella como él. Se opuso a figurar en la Guía Michelin con la estrella que le habían concedido. «Nada de estrellas, yo a lo mío, y les dije que no». Él fue el que le contó a Jesús Gil los motivos por los que llaman a los atléticos «los indios». «Siempre hemos sido los colchoneros, y ahora nos llaman los indios». Y Lucio se lo aclaró. «Nos llaman indios porque acampamos junto al río –el Manzanares–, luchamos contra los blancos –el Real Madrid–, y al jefe de nuestra tribu se le conoce como 'Caballo Loco'». Y Jesús Gil se atragantó de la risa.

La Cava Baja no es una calle cómoda para llegar y aparcar. Le sugirió el banquero Alfonso Escámez que abriera otra Casa Lucio en la zona de La Castellana. «Es difícil llegar, pero todos los días lo tengo a rebosar al mediodía y por la noche. No quiero desdoblarme».

Mis recuerdos de Casa Lucio y de don Lucio son muchos y todos buenos. Cuando La Razón concedía unos premios que llevaban mi nombre, se le premió por su impecable trayectoria. «¿Voy vestido de cliente o con mi chaqueta blanca a recibirlo?» «De cliente, Lucio, de cliente». Allí comí en diferentes ocasiones con Don Juan, Mingote, Luis Del Olmo, Tip, y muchas con mi inolvidable amigo Luis de la Peña, que llamaba por su nombre a todos los trabajadores de Casa Lucio. Allí, en una noche de prodigios casuales y causales, en tres mesas diferentes, coincidieron Julio Iglesias, el marqués de Griñón y Miguel Boyer. Faltó Mario Vargas Llosa. Y le comentó Luis de la Peña a Lucio. «Ahí tienes a los tres. Tú los has unido». Y Lucio le respondió: «No, Luis, los responsables de haberlos reunido aquí son los huevos estrellados».

Lo cierto es que no se saludaron y que Julio Iglesias cenó con gafas de sol. Un enigma.

Lucio se llevaba bien con todos y acogía con el mismo afecto y respeto a un cliente nuevo que «al de toda la vida». Madrid le debe una parte de su encanto a Lucio Blázquez, el gran tabernero de la Cava Baja, el gran señor de la hostelería, el amigo de todos y el mesonero que jamás engañó con sus platos típicos. Tengo que ir a verlo, felicitarlo y darle un abrazo muy fuerte y agradecido como madrileño que sigo siendo.

Enhorabuena, fenómeno.

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