Ayuso privatiza a lo loco
Y Sánchez gestiona la sanidad y todo con la brillantez demostrada durante la pandemia
Un conocido socialista que en tiempos vivía en el Sur de Madrid y hoy reside en la confortable sierra donde antes solo veía «urbanismo depredador» denunció, hace más de 20 años, que los madrileños estaban a punto de verse obligados a acudir al hospital con la tarjeta de crédito en la boca.
El susodicho, hoy enrolado en la guardia pretoriana del sanchismo, estrenó una estrategia perdedora que sorprendentemente perdura en nuestros días, pese a su nulo efecto y su indecencia congénita: asustar al ciudadano con peligros inexistentes invierte la responsabilidad definitoria de la política, que debe buscar soluciones y ahora se dedica a inventar amenazas.
Si algo afecta a la Sanidad, como al resto del Estado de Bienestar, es la combinación de un número insuficiente de contribuyentes con un número máximo de usuarios, fruto de la prolongación de la esperanza de vida que también amenaza el sistema de pensiones.
Si tenemos el mayor paro de Europa, la peor economía sumergida y, a la vez, un crecimiento sostenido del número de aspirantes a subsidios, pensiones y servicios públicos; no hay que ser precisamente Einstein para concluir que la amenaza al sistema procede de una ecuación sencilla de entender hasta para un niño de cinco años:
Un trabajador en activo no puede mantenerse a sí mismo, a sus hijos, a un parado, a un jubilado y a un Estado asistencial sólido si no hay muchos más como él y la proporción entre contribuyentes y receptores es razonable.
El infantilismo social, alimentado por políticos como Sánchez o Iglesias, consiste en decirle a la gente que todo su futuro y prosperidad depende de su generosidad, en contraste con la inhumanidad de sus rivales, y que a cambio de su humilde voto tendrá garantizada una Arcadia social sean cuales sean las circunstancias y el contexto.
España ha sufrido el mayor hundimiento de renta disponible de la OCDE desde 2020. Su tasa de desempleo duplica la europea. Su PIB no alcanzará hasta 2024 los niveles previos a la pandemia, y con 350.000 millones de euros más de deuda. Y su Estado de Bienestar, que no depende ni de los buenos sentimientos de Sánchez ni de nadie, sino de los recursos disponibles para mantenerlo, está amenazado por el empobrecimiento generalizado, la persecución a la economía productiva y la miserable apuesta de una izquierda mediocre por el asistencialismo clientelar y las limosnas públicas, los dos métodos habituales de los regímenes reaccionarios.
Que Sánchez dé lecciones de gestión sanitaria, con su currículum de muerte y mentiras durante la pandemia, es como si Belén Esteban las diera de gramática o Cristina Almeida de dieta mediterránea: por muchos errores que cometa Ayuso, y alguno comete con esa tendencia a la hipérbole que olvida que más allá de enemigos políticos también hay ciudadanos preocupados, siempre serán insignificantes al lado de la chapuza general que define al peor presidente del peor Gobierno de la historia democrática.
Pero entre medias de ambos extremos, queda el gran debate por resolver, en el que la política nunca entra por miedo a la represalia cortoplacista electoral: ¿Cómo vamos a pagar la fiesta si cada vez trabajamos menos y vivimos más tiempo?
Todo lo demás es humo, de un incendio pavoroso al que nadie se atreve a prestarle atención.