Cultura de muerte
En la cultura de la muerte que promueve este Gobierno no hay progreso ni avance social alguno sino fracaso y vacío
De la factoría regentada por las insensatas ensoberbecidas que legislaron, con la complicidad y el respaldo de Sánchez, para beneficiar a violadores y desproteger a las mujeres que dicen defender, nos ha llegado el último desvarío en materia de ideología de género extrema y agresiva, la llamada ley trans, y otra vuelta de tuerca en favor del aborto.
Tras la dictadura militar argentina, en algunas calles de Buenos Aires había una pintada que se repetía en muchas fachadas con el mismo texto: «Porque amamos la vida, guerra a la muerte». Unas palabras definitorias del drama vivido en ese país durante los años oscuros de la dictadura. La muerte, sin embargo, sólo es denunciable y condenable desde supuestos ideológicos de izquierdas cuando es la consecuencia de acciones e intervenciones impulsadas por dictaduras de derechas o por guerras declaradas por gobiernos conservadores.
Los muertos de la guerra de Irak promovida por Bush y apoyada por Aznar entre otras decenas de dirigentes internacionales eran recordados a diario en foros y manifestaciones críticas de la izquierda. Las víctimas causadas por Putin en Ucrania, sin embargo, no les merecen ninguna consideración. Ni siquiera ocuparon un segundo de protesta por parte de los actores, entusiastas activistas del «No a la guerra» de Irak, en la reciente gala de los Goya. Claro que tampoco se inmutaron ante la inquietud y el dolor de las mujeres víctimas de violación y sufridoras de una ley que favorece a sus agresores.
Imaginemos qué no habrían dicho esos mismos cómicos si la chapuza legislativa hubiera sido del PP en el Gobierno en vez de sus amigos del PSOE y Podemos. Por eso callaron como difuntos y por la misma razón extendieron un manto de silencio sobre la guerra en Ucrania y los muertos de Putin.
Es evidente que las víctimas de Stalin, Lenin y de los regímenes comunistas jamás fueron motivo de reprobación y condena por parte de los mismos que denunciaban con insistencia los crímenes y violaciones de los derechos humanos de otras dictaduras como la de los milicos argentinos, Pinochet o incluso el franquismo.
La insultante hipocresía de la izquierda desaprueba la pena capital allí donde está en vigor pero legisla en favor de la muerte con la falsa excusa de hacer del aborto o la eutanasia avances en la conquista de nuevos derechos. Es la misma izquierda que no se conmueve ante el hecho trascendente de abortar una vida pero se moviliza contra la pena de muerte por que en su ideario «progre» acabar con el nasciturus y desprotegerlo no atenta, ni viola los derechos humanos como sí lo hace la pena capital.
Quienes amamos la vida de verdad, claro que declaramos siempre, como aquella pintada de Buenos Aires, la guerra a la muerte en todas sus variantes, ya sea la del no nacido o la del reo condenado. Frente a la dictadura de la ideología de género y los promotores de leyes de ingeniería social antinaturales y sectarias como las perpetradas por el Gobierno de Sánchez, declaramos la guerra a la muerte y celebramos la vida que se gesta en el cuerpo de la mujer a la vez que rechazamos el suicido asistido y la eutanasia como solución desespera de quienes no tienen la alternativa de los paliativos para llegar acompañados al final natural de su existencia.
En la cultura de la muerte que promueve este Gobierno no hay progreso ni avance social alguno sino fracaso y vacío. Como no hay mejora alguna en favor de la igualdad de la mujer o en la protección de los menores con la ley trans, último disparate legislativo perpetrado por Sánchez y Montero en otro alarde de radicalidad e irresponsabilidad que tendrá consecuencias y efectos indeseables a medio plazo como ya las tiene en países como Finlandia, Suecia o Gran Bretaña ,con leyes menos extremas que la aprobada por la mayoría Frankenstein, y donde están retrocediendo.
La advertencia de respetadas feministas contrarias a esta ley como la expresada por Amelia Valcárcel en el sentido de que no habrá suficientes años para arrepentirse de lo aprobado, perseguirá a Sánchez y a las frívolas integrantes de la «banda de la tarta» que celebraron la muerte, con más facilidades para abortar, y la aberrante ley trans a las puertas del Congreso. Lamentablemente ni Sánchez ni Irene Montero, cuando las urnas les echen del Gobierno, pagarán penalmente o con su pecunio las demandas y reclamaciones al Estado que habrá, como ya hay en otros países, de jóvenes arrepentidos que animados por la ley iniciaron procesos de hormonación y extirpaciones quirúrgicas de cambios de sexo, sin las cautelas e informes médicos y psicológicos imprescindibles, y con efectos secundarios letales e irreversibles.