De ladrones y peristas. O la política como arte delictivo
Estar contra la democracia se llama hoy populismo, señor Sánchez. El populismo de quienes, para preservar su privilegio de poder, no dudan en robar al candidato Tamames el texto de su futura moción de censura. Y publicarlo
Digámoslo de entrada y sin adornos: robar a un candidato a presidente el texto de su moción de censura y publicarlo antes del debate es una canallada. Mayor. Por parte de quienes hayan robado el texto y por parte del perista que asumió la infamia de ponerlo en prensa. Es un delito, además. Ramón Tamames está en su pleno derecho de perseguir ante los tribunales a ambos agentes: a ladrones como a editores.
Pocas veces, en este país de política y periodismo obscenos, me he dado tan de bruces, a la hora del desayuno, con un comportamiento así de repugnante. Sólo puedo desear que la justicia caiga con todo su peso sobre quienes se apoderaron ilegalmente de un documento privado, y, más aún, sobre quienes lo han exhibido como un éxito periodístico. Que los políticos –y sus oficiantes de tinieblas y desagües– delincan, está en el orden natural de la política contemporánea española. Que lo haga lo que dice ser un periódico, sólo mueve a aquel desprecio que explicitaba Baudelaire hacia la prensa corrupta del París del siglo XIX: «Desde la primera hasta la última línea, sólo un tejido de horrores… Todo, en este mundo, exuda crimen: el periódico, el paredón y el rostro del hombre. Y no comprendo cómo puede una mano pura tocar un periódico sin una convulsión de asco». En 2023 y en España, tocar ese periódico, al menos.
¿El discurso en sí? Impecable. Por la forma y por el contenido. Ninguno de los que han aspirado a gobernar en España tenía la diezmillonésima parte de la biblioteca y la inteligencia que almacenan las neuronas de Ramón Tamames. Pero todos sabemos que eso, en España, no es precisamente la virtud que nadie pide a un político: basta repasar la lista de los presidentes del Gobierno español en los últimos 45 años y compararla con sus homónimos de la Europa civilizada. El contraste mueve al llanto.
¿Qué es lo que el discurso de Tamames pone en evidencia? Lo que ningún político español desea ver: que esto en lo cual vivimos es una casi-democracia al borde de extinguirse por fallos gravísimos; que violar sistemáticamente la división de poderes en beneficio del Gobierno es abolir el fundamento mismo de las democracias: el sometimiento de todos –también de los políticos– a la ley en igualdad de condiciones con el último de los ciudadanos; que la sandez de distinguir entre «nación» y «nacionalidades» sólo podía llevar al suicidio español que ahora se consuma; que reivindicar la palabra «España» no es hablar en «facha», es sencillamente no habernos vuelto locos de manicomio. Como no se habían vuelto locos de manicomio aquellos exiliados a los que tantas veces escuché en París conmoverse ante ese nombre. «Y todo lo que suena y que consuena contigo: España, España»: cosas de un «facha» llamado Rafael Alberti.
¿El discurso en sí? Con una perfección académica a la que no cabe alterar una coma, Ramón Tamames está diciéndonos que sí, que hay en España una amenaza, no diré que fascista, pero sí transparentemente totalitaria: puesto que el totalitarismo reposa sobre la supresión de la autonomía del poder judicial y de la identidad de la nación. Y que esa amenaza la encabeza un gobernante llamado Pedro Sánchez. Apoyado en la versión española del peor totalitarismo emergente en el tercer mundo: el populismo.
Vox es un partido reaccionario; muy reaccionario, si se quiere. Está en su derecho: no es el primero en serlo dentro de sociedades constitucionales. Ni en Podemos ni en los partidos secesionistas pervive sombra de constitucionalismo alguno. ¿Son fascistas? No seamos anacrónicos: el fascismo tuvo su ciclo histórico. Las formas del anticonstitucionalismo se modifican, como todo, en el curso del tiempo. Y estar contra la democracia se llama hoy populismo, Señor Sánchez. El populismo de quienes, para preservar su privilegio de poder, no dudan en robar al candidato Tamames el texto de su futura moción de censura. Y publicarlo.
Y uno nunca cree que alguien pueda caer tan bajo. Es nuestro error. Claro que puede.