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HorizonteRamón Pérez-Maura

Bolaños, Franco y Cuelgamoros

El derribo de la cruz, que era el objetivo original, no se puede perpetrar porque es un bien de interés cultural y desde 1984 está protegido por una declaración de la Unesco que le otorgó la condición de Patrimonio de la Humanidad. Vamos, que hacerlo hubiera sido como lo de los talibanes con los budas de Bamiyán

Actualizada 09:21

Si alguien nos hubiese dicho en 1978 que Francisco Franco iba a tener en 2023 el protagonismo que se le da hoy en la política española hubiéramos pensado que nuestro interlocutor estaba rematadamente loco. Pero hay que seguir hablando y tergiversando la realidad del franquismo para que no hablemos de la catastrófica gestión de Sánchez, capitaneada hogaño por Gracita Bolaños.

El guerracivilismo de este Gobierno lo puso de manifiesto una vez más el pasado miércoles el ministro de la Presidencia acudiendo a Guernica a la conmemoración del bombardeo de la localidad durante la Guerra Civil. Tampoco es que el 86 aniversario sea una cifra muy redonda. Pero eso da igual. Hay que hablar de la guerra a todas horas. Y Bolaños es el primer miembro del Gobierno en la historia que acude a Guernica para esa conmemoración. Él mismo hizo la ofrenda floral con la seguridad de que era una foto que sería ampliamente reproducida. Conmovedor. Y no contento con eso, Bolaños proclamó «representar también al Gobierno legítimo que en aquel momento fue atacado». Si quisiéramos reírnos tomaría la frase en sentido literal y estando en la conmemoración del bombardeo de Guernica podríamos interpretar que Bolaños se proclama representante del Gobierno vasco de Aguirre. Pero la realidad es demasiado seria. Desde que se disolvió el llamado Gobierno en el Exilio que se instaló en México, todos los gobiernos de la democracia española son también sucesores del Gobierno de la II República. Y se puede argumentar que también lo era el Gobierno de la nación bajo el general Franco, mal que le pese a muchos.

En esta obsesión por hacernos hablar de Franco y de su régimen hemos tenido el pasado lunes la exhumación de José Antonio. Ya sabemos cuánto gusta a este Gobierno profanar algunas tumbas. Ya van tres contando con las de los generales Franco y Queipo de Llano. Pero lo de la Basílica del Valle de los Caídos se está haciendo muy despacio para mantener la opereta hasta las elecciones. No parece que aprendieran la lección de la exhumación de Franco. En las elecciones inmediatamente posteriores el PSOE pasó de 123 a 120 escaños. Gran operación. Y como ya hemos explicado en El Debate, el derribo de la cruz, que era el objetivo original, no se puede perpetrar porque es un bien de interés cultural y desde 1984 está protegido por una declaración de la Unesco que le otorgó la condición de Patrimonio de la Humanidad. Vamos, que hacerlo hubiera sido como lo de los talibanes con los budas de Bamiyán.

Así que el siguiente paso es desacralizar el templo y convertirlo en museo. A lo largo de estos meses Bolaños va a ser el ejecutor de este circo por medio de decretos con los que van a desarrollar la ley. Y todo ello terminará con la expulsión de la basílica de la comunidad benedictina que es el principal objetivo y que me parece improbable que se pueda impedir. Y bien que me duele decirlo. Y apuesto a que para esa salida sí permitirán la presencia de cámaras de televisión.

Lo que yo pediría al Gobierno es que en medio de toda la hipocresía que caracteriza esta operación y de todas las mentiras que se están diciendo, no añada una más con el nombre del Valle. Se han sacado de la manga que le devuelven al Valle de los Caídos su nombre original, que dicen que es Cuelgamuros. Lo de recordar a los caídos está mal porque en la guerra hubo muertos buenos y muertos malos y solo se puede recordar a quien ellos digan que eran los buenos. El problema es que Cuelgamuros tampoco es el nombre original. Es el nombre que se adoptó en su momento porque el original era duro: Valle de Cuelgamoros. Lo que no entiendo es por qué el habitual buenismo y la corrección política tan común no se aplican también a todos los moros que allí se ahorcó. Qué gran ocasión perdida, Gracita.

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