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El observadorFlorentino Portero

Ideas y poder: el caso ruso

El marxismo fracasó en Rusia y China. En ambos estados se optó por el casi libre mercado para poder generar riqueza

Actualizada 01:30

La política es una actividad social. Quien gobierna siente la necesidad de legitimar su acción en torno a un conjunto de ideas, más o menos desarrolladas, más o menos sofisticadas, más o menos racionales en función de las circunstancias. La Rusia de hoy ha desarrollado una doctrina de carácter historicista para explicar tanto su interpretación de lo que ocurre a su alrededor como su propia identidad. Si no somos capaces de entender esa interpretación estaremos condenados a realizar análisis elementales de la política rusa, atrapados en la psicología del zar Putin o en el renacido nacionalismo imperialista que ha apresado a sus elites.

Es un lugar común reconocer que la sociedad española vive de espaldas a la política internacional, ensimismada en sus propias miserias que, sin lugar a duda, no son pocas. La situación es, cuanto menos, paradójica, pues mientras los españoles nos recogemos nuestras empresas se abren a los mercados internacionales, convirtiéndose en multinacionales. Este singular comportamiento social puede explicar el hecho de que una de las obras de referencia para entender la Rusia de nuestros días haya pasado desapercibida. Me refiero al estudio del embajador Francisco Pascual de la Parte titulado El imperio que regresa. La guerra de Ucrania 2014-2017: origen, desarrollo, entorno institucional y consecuencias, obra publicada por la Universidad de Oviedo en el año 2017. Un texto que apenas si ha salido del ámbito de los especialistas, a pesar de ser una de las mejores aportaciones para el conocimiento de un tema de absoluta actualidad. Si en vez de redactarla en castellano lo hubiera hecho en inglés habría tenido el reconocimiento que merece.

Releyendo las páginas que el embajador Pascual dedica a este tema resulta fascinante ver cómo las elites gobernantes rellenaron el vacío dejado por la Unión Soviética con una combinación de argumentarios de muy distinto origen, que han desembocado en el ideario vigente, que dota al régimen de fortaleza al tiempo que le hace preso de sus propias dinámicas. Hoy Putin se encuentra cercado por corrientes de opinión que su gobierno alentó por propio interés.

El marxismo fracasó en Rusia y China. En ambos estados se optó por el casi libre mercado para poder generar riqueza. Un entorno sin seguridad jurídica donde las relaciones entre el poder político y el económico es cualquier cosa menos ejemplar. En ambos estados se mantuvo el leninismo, con mayor o menor disimulo y con mayor o menor carácter institucional. En China el vacío de valores lo ocupó Confucio y lo más relevante de su historia. En Rusia ese vacío fue rellenado por la Iglesia Ortodoxa, vínculo con el carácter imperial de Rusia, Tercera Roma tras el hundimiento de Bizancio por la llegada del turco. Ortodoxia y nacionalismo son todo uno, pero en el caso ruso va más allá, adoptando una naturaleza imperialista.

A partir de aquí el embajador Pascual hace referencia a dos corrientes de opinión, enraizadas en la Historia, pero particularmente presentes en las últimas décadas. La primera es el «euroasianismo», por definición el reverso del eurocentrismo característico de las corrientes reformistas, que buscan en el Viejo Continente la solución a sus endémicos problemas de modernización. Para los primeros, por el contrario, Europa representa una cultura decadente antagónica de los valores característicos de Rusia, más próximos a los pueblos asiáticos. De ahí que el régimen haya definido a Rusia como «estado civilización», intrínsecamente distinto de la vieja Europa. Esta posición puede ayudarnos a entender la corriente migratoria por la que los jóvenes mejor formados buscan salir del país, conscientes del callejón sin salida al que el actual régimen está abocando a su patria.

La segunda es el «eslavofilismo», en realidad consustancial a la existencia de Rusia. Cuando el Principado de Moscú, libre ya del vasallaje de los tártaros, asumió el reto de transformarse en el nuevo Rus, Rusia, un imperio con un César, un zar, a la cabeza, tenía como misión acoger en su seno al conjunto de los pueblos eslavos, misión en la que volcó el conjunto de sus energías. Esta perspectiva de su papel en el mundo siempre ha estado presente. En la actualidad da sentido a su actuación en Crimea o en la Nueva Rusia, el Donbás, donde minorías eslavas sufrirían, según el discurso oficial, persecución por su identidad filorusa.

Es indudable que la gestión de ambos «relatos» resulta fundamental para legitimar al régimen. Sin embargo, ambos plantean también serios problemas. Dar la espalda a Europa aleja a Rusia del desarrollo económico y social que tanto necesita, así como de los retos que plantea la Revolución Digital. Buena parte de sus mejores cabezas pasarán a engrosar las elites intelectuales o tecnológicas de Estados Unidos o Europa. Para los europeos resulta difícil entender ese comportamiento, cuando el aporte intelectual y artístico de Rusia resulta fundamental para comprender la cultura europea ¿Podemos reconocernos sin Tolstoi, Chejov o Dostoyevski, sin Borodin, Tchaikovsky, Rachmaninov o Shostakovich? La respuesta es no, pero sus actuales dirigentes sí creen poder reconocerse sin el aporte de Europa. Es más, necesitan alejarse de Europa para poder ser plenamente rusos.

Para ellos Rusia sólo tiene sentido como patria de todos los eslavos. El problema es que buena parte de los eslavos considera que Rusia es su mayor amenaza, física y cultural. Su futuro pasa por dar la espalda a Rusia, a su vocación asiática y a su manera de entender la relación entre los pueblos eslavos. Por otra parte, esa vocación asiática necesita del entendimiento con un conjunto de estados en los que se encuentran minorías rusas. Para sus gobiernos el comportamiento ruso en Ucrania es prueba más que suficiente para desconfiar de Moscú. Si no ha respetado la soberanía ucraniana ¿Por qué lo habría de hacer con la suya?

El gobierno ruso está preso de su discurso político, que le empuja hacia un callejón sin más salida que el vasallaje respecto de China, la merma de las libertades civiles y una cultura anclada en un historicismo fanático y estéril.

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