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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

La leyenda falsa

Las Indias no fueron colonias, sino provincias españolas de Ultramar. La empresa española condujo al mestizaje y no a la segregación racial. Las leyes de Indias y las discusiones teológicas no dejan lugar a dudas

Actualizada 05:58

La reciente visita a España de su presidente demuestra que ni siquiera en Colombia la cortesía goza de buena salud. La cortesía es una manifestación de respeto y una muestra de buena educación. Es de esas pocas cosas que embellecen nuestra existencia y nos salvan de la barbarie. Hoy se la desprecia como cosa inútil (como si eso fuera un buen argumento) y prescindible. Primitivismo es descortesía. El declive de la cortesía es un síntoma de degradación moral.

Pero en este caso que nos ocupa la descortesía va unida a la ignorancia y al resentimiento. Las almas mezquinas y rencorosas no son las menos aptas para apreciar lo grande. Por ejemplo, la historia de España y su obra americana. Sólo Roma es comparable a esta nueva Roma cristiana, ebria de energía y vitalidad. La hora de España transcurrió desde la recuperación de la Hispania perdida hasta la epopeya americana. Ni siquiera el diagnóstico amargo de Ortega y Gasset pudo prescindir de ese siglo de maravillosa plenitud que mereció ser calificado de oro. En aquella centuria que llega hasta, más o menos, 1580, España fue la máxima potencia civilizadora y mandó en el mundo. Al dedicar «a don Carlos, emperador de Romanos, rey de España, señor de las Indias y Nuevo Mundo» su Historia general de las Indias, Francisco López de Gómara escribió: «La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la Encarnación y muerte del que lo crio, es el descubrimiento de las Indias». Y añade el clérigo: «Comenzaron las conquistas de indios acabada la de moros, porque siempre guerreasen españoles contra infieles; otorgó la conquista y conversión el papa; tomaste por letra Plus Ultra, dando a entender el señorío del Nuevo Mundo».

Sobre los errores y mezquindades de la empresa ya existe abundante y excesiva literatura. No parece razonable insistir en eso, que, por otra parte, no hace sino confirmar las debilidades de la naturaleza humana sin empañar su grandeza. América ha sido la obra histórica de España. Pocas, si hay alguna, le son comparables. Por eso se ceba en ella el resentimiento, aumentado por tratarse de una empresa católica. La interpretación de la independencia de las provincias americanas como una liberación de los indígenas de la opresión española es falsa. La conquista contó con la colaboración de muchos pueblos indígenas oprimidos por otros. La independencia fue obra de los criollos, alentada por la crisis española de la monarquía de Fernando VII y por la masonería. Frente a la obra de las civilizaciones prehispánicas y de España, poco o nada queda de los años que siguen a la independencia, salvo casos excepcionales, como Buenos Aires, debido principalmente a la emigración española e italiana. Basta con hacer un análisis étnico y social de las naciones americanas actuales para demostrar que la liberación indígena es pura falacia.

Las Indias no fueron colonias, sino provincias españolas de Ultramar. La empresa española condujo al mestizaje y no a la segregación racial. Las leyes de Indias y las discusiones teológicas no dejan lugar a dudas. La falsa leyenda negra tiene una etiología anticatólica que ha conducido a la falsificación entera de la historia española. No pueden soportar que gran parte de América rece, hable, sienta y piense en español. García Lorca pensó, con razón, que sólo se podía comprender a España desde América. Cuentan que, sumido en la locura, Nietzsche improvisaba al piano, cuando escuchó a unos visitantes de su hermana que, procedentes de Paraguay, hablaban español. El filósofo levantó la cabeza y dijo: «Los españoles, ah, esos quisieron ser demasiado». Pero esa es la única manera de ser mucho.

Otra cosa es la reflexión sobre lo que ha podido pasar en España para que los más apasionados propagandistas de la falsa leyenda sean españoles. La clave quizá se encuentre en

lo mismo: en el declive del catolicismo y en el resentimiento hacia él. La auténtica colonización americana es la promovida por el actual comunismo «narco» y populista.

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