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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Auge y caída de Ciudadanos

Un nacimiento feliz y un triste funeral oficiado por Arrimadas para un partido que fue imprescindible y hoy era un estorbo

Actualizada 01:30

Es difícil hacerlo peor que Ciudadanos desde que lograra su techo, en abril de 2019, con 57 diputados y Albert Rivera al frente. Todos los males de un partido que fue imprescindible para darle a España una alternativa decente a la indecencia extorsionadora de PNV o CiU como sustento de gobiernos, salieron del mismo error.

Alguien les dijo que podían superar al PP y conseguir lo mismo que Macron en Francia. Y se lo creyeron. Sin Rivera dando por finalizada la legislatura de Rajoy por una sentencia menor de la Gürtel apañada por un juez sanchista, Sánchez no hubiera presentado una moción de censura.

Y sin Rivera permitiendo que Sánchez instalara en el relato la idea que Ciudadanos no quería pactar con él y no le quedaba más remedio que pactar entonces con Podemos, que siempre fue su plan, no hubiéramos tenido desde entonces a este Gobierno tumoral y metastásico.

Hubiese valido con que el líder de Ciudadanos se personara en la Moncloa con el mismo pacto firmado con el PSOE un par de años antes que ya salvó a Sánchez: Rajoy ganó, pero no podía lograr la investidura sin una abstención socialistas que nunca llegó.

Porque Sánchez, a punto de ser desalojado por sus propios compañeros, intentó la investidura para evitar, como ahora convocando elecciones anticipadas, que su propio partido lo mandara al baúl de los recuerdos.

Rivera salvó a Sánchez prestándose a esa investidura inviable. Lo volvió a salvar legitimando la presentación de la moción de censura aunque no la apoyara. Y lo hizo de nuevo permitiendo que todo el mundo creyera que no quería pactar con Sánchez, cuando era al revés, porque quería otras elecciones anticipadas para culminar el sorpaso al PP.

Esos tres errores, de libro, dejaron a su partido en diez diputados, terminaron con su carrera e iniciaron el proceso de decadencia que ha concluido en extinción: Ciudadanos pasó de ser imprescindible para garantizar gobiernos moderados y libres del chantaje nacionalista a arruinar, con sus miles de votos tirados a la papelera, una alternativa municipal, autonómica y nacional al sanchismo vigente.

Ese espacio ya lo ocupa el PP, lo que traducirá mejor en escaños los votos del centroderecha. Y el más cafetero es de Vox, con quien está condenado a entenderse por mucho que ahora, aunque no pocos no lo entiendan, mantengan ambos una tensión estratégica imprescindible para desalojar a Sánchez.

Feijóo tiene que competir por el voto templado de los socialistas desencantados, con la seguridad de que Vox se encarga ya del votante más irredento y la certeza, en ambos partidos, de que se entenderán sí o sí una vez cierren las urnas y haya que poner pie en pared para frenar a las termitas lideradas por Sánchez.

En ese espacio no cabe Ciudadanos, que solo sirve ya para lo contrario a lo que vino: sus pocos votos no valen para obtener representación parlamentaria, pero merman las opciones de una alternativa urgente al sanchismo feroz, por mucho que no sea ése su deseo.

Entre medias del ilusionante nacimiento, que tantos vimos como un antídoto contra el secuestro nacionalista de España por partidos periféricos destructivos, y la triste defunción, prescrita por los ciudadanos con extrema crueldad, queda una historia de aciertos iniciales y torpezas reiteradas fruto de una ambición absurda: era un partido para minorías que se creyó Macron y acabó con las alas chamuscadas por el fuego de la codicia.

Pero un respeto en el adiós: si su primer servicio fue impagable, el último también. Si Sánchez deja de ser presidente el 23 de julio, una porción de ese éxito será de Ciudadanos, aunque tenga que celebrarlo en el tanatorio, de cuerpo presente y soñando con la reencarnación.

Posdata. No está la política para perder talentos. Y en Ciudadanos lo hay. Quizá sobre ya el partido, pero hacen falta gentes como Fran Hervías, Begoña Villacís, Inés Arrimadas, Guillermo Díaz o Pablo Cambronero. La fuga de cerebros no sería una buena noticia.

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