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Perro come perroAntonio R. Naranjo

PP y Vox se dejan de tonterías

Si por sus acuerdos sólo rabian los mismos que pactan con Bildu, es que han acertado

Actualizada 01:30

No ha habido disturbios en la Comunidad Valenciana por un acuerdo de Gobierno entre el PP y Vox que los votantes de ambos deseaban: la tensión entre las cúpulas de los dos partidos, estrictamente táctica, nunca ha encontrado reflejo en sus votantes, siempre partidarios de pactos que a la hora de la verdad nunca han faltado.

Desde que Juanma Moreno alcanzara por primera vez la Presidencia de la Junta de Andalucía, origen de la «alerta antifascista» activada por Pablo Iglesias y mantenida por Pedro Sánchez, no se ha malogrado ningún Gobierno en España por las aparentes diferencias irreconciliables entre el PP de Casado o Feijóo y el Vox de Abascal.

Sólo han cambiado las fórmulas, en función de las fuerzas de cada uno: en Madrid o Andalucía bastó con un apoyo de investidura con acuerdos programáticos concretos; en Castilla y León o ahora Valencia, el salto a la coalición fue inevitable por la mayor dependencia popular para alcanzar la mayoría absoluta en los parlamentos autonómicos.

Lo lógico, en fin, se ha impuesto sistemáticamente al acoso externo de los rivales políticos y de sus altavoces mediáticos y, también, a la aparatosa crispación entre dos competidores condenados, por razones obvias, a entenderse.

Todo lo demás es pose. La de la izquierda escandalizada, que no se cree los miedos que alienta pero necesita insistir en ellos para movilizar al votante propio más sectario; y la de la derecha en sus distintas versiones, que debe ceñirse al discurso moderado para aspirar a mayorías o al radical para asentar a la clientela más desacomplejada.

Los desprecios recíprocos entre PP y Vox, inevitables con un infernal calendario electoral zarandeado por Sánchez con cinco elecciones generales, cuatro mociones de censura y unos comicios anticipados en Madrid; acaban dejando paso a alianzas razonables que solo asustan a quienes blanquean coyundas políticas bastante más inquietantes con partidos encabezados por secuestradores, sediciosos y comunistas cuyo único objetivo, por distintas razones e intereses, es la demolición del régimen institucional.

Una vez pase el 23-J, el horizonte electoral quedará despejado y, salvo con las europeas, no habrá cita con las urnas en una larga temporada. Ahí PP y Vox podrán abandonar su dialéctica cainita, reducir la tensión recíproca, esconder en el armario la brocha gorda y centrarse, con menos palabras y más decisiones, en conformar alianzas sólidas, serias y eficaces en la dura tarea de desmontar el monocultivo ideológico que plantó Zapatero y ha regado Sánchez, basado en la ingeniería social, el asistencialismo económico y la negación de la alternativa, base de cualquier democracia digna de tal nombre.

La solvencia con la que las dos formaciones han cerrado un acuerdo en la Comunidad Valenciana, que conformará junto a Madrid y Andalucía un eje liberal y conservador poderoso sin precedentes en la historia reciente de España, refleja una madurez encomiable y presagia buenas noticias si el 23-J, como parece probable, Sánchez se convierte en un mal sueño y su herencia en una urgencia nacional.

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