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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Paco

Se ha marchado el último genio de Cataluña, y me temo que han quedado muy pocos en aquel nordeste idiotizado

Actualizada 01:30

Publiqué más de quince libros en «Ediciones B» –antes, Editorial Bruguera–, de los Asensio, Antonio padre y Antonio hijo. Y se vendieron centenares de miles de volúmenes. Era una gran editorial, con Blanca Rosa Roca de directora y un grupo de editoras formidables. Días de firmas en la Feria del Libro agotadoras. En la caseta de Rubiños, 1.137 libros dedicados en una jornada. Perdí los sentidos. Al final, a los hombres les dedicaba el libro «con un abrazo» y a las mujeres «con un beso». Me confundí. Le puse a una mujer «con un abrazo», lo cual carece de importancia y entra en la normalidad, pero a un señor con un bigotón decimonónico y voz rotunda, le escribí «con un beso». Al leer la dedicatoria, el hombre del bigotón le comentó a su mujer: «No sabía que Ussía fuera maricón». La Feria del Libro de Madrid es quizá, la más apasionante y larga reunión del escritor con los lectores. En esa misma caseta de la librería Rubiños, le llegó su turno a una belleza esplendorosa. De las mujeres más atractivas que recuerdo haber mirado. No había aguantado una hora de cola para que le firmara un libro. Lo había hecho para traerme un regalo. «El libro ya lo he leído. Le traigo este pequeño detalle para agradecerle que haya conseguido hacer feliz a mi padre los últimos días de su vida». No pude abrirlo delante de ella. Firmaba y firmaba, y ella desapareció sin dejar rastro, ni una tarjeta, ni número de teléfono que me permitiera darle las gracias por su gesto. En el taxi, de vuelta a casa, abrí el paquete. Se trataba de una pitillera de plata con las iniciales de oro, «B.N.». Guardo la pitillera como el más grande de mis premios.

Cada año, un día firmaba Paco Ibáñez sus «Mortadelos». Volaba a primera hora desde Barcelona, y desde las 10 de la mañana se formaba una cola interminable en la caseta de «Ediciones B». Además de un genio no valorado en su medida por los cursis del jurado del Premio Príncipe de Asturias –también descabalgaron a Mingote para concederle el premio a una insignificancia artística–, Francisco Ibáñez era un hombre bueno, humilde, generoso y extraordinario. Empezaba a firmar a las 10 de la mañana y a las 10 de la noche seguía haciéndolo sin quejas y con una permanente sonrisa. Cola de lectores variopinta, niños con sus padres, padres sin sus niños, niños sin sus padres, jóvenes, maduros y ancianos.

Y a todos les dibujaba un Mortadelo o un Filemón, los astros de su genialidad. Como con Pepe Goteras y Otilio, o Rompetechos, o su inmortal edificio cochambroso en el número 13 de la Rúa del Percebe. Dibujar un Mortadelo, o diez Mortadelos o cien Mortadelos, no era un reto para él. Pero repetir, en diferentes versiones, más de dos mil Mortadelos y Filemones en un día, suponía un esfuerzo descomunal. Jamás perdió la paciencia y menos aún, la sonrisa.

Un imbécil que escribe en La Vanguardia del chaquetero conde Godó, no le ha perdonado a Francisco Ibáñez su distancia de la política independentista. No trato de insultarlo definiéndole como un imbécil. Me ajusto a su significado. Débil mental, «in báculo», que necesita de un apoyo para moverse. Estos independentistas no perdonan a los millones de buenos catalanes que no lo son. Y no reparan cuando alguno de ellos supera el límite de la genialidad. Ni Dalí ni Montserrat Caballé tienen calle, o plaza o monumento en Barcelona. El débil se llama Jordi Galves, y ha escrito en las redes un mensaje devastador. Devastador para él, fundamentalmente. Dice que Francisco Ibáñez fue un propagador del españolismo popular, del humor que se ríe de los desgraciados, de los ignorantes, de la gente especial. Que fomentó los tópicos más casposos de España, y que era muy simpático, pero también un pervertidor de niños. Sí, en La Vanguardia de Godó.

Si ha existido un dibujante, un creador de mitos e historietas, con un sentido del humor más blanco que Francisco Ibáñez, que me lo presenten. Tocaba todo sin herir a nadie. Jamás intentó contrariar a sus lectores. Para sentirse herido por una historieta de Mortadelo y Filemón hay que tener muy podrido el páncreas. Y lo de «pervertidor de niños» entra de lleno en el Código Penal.

Se ha marchado un genio español. Por su vida entera entregada al trabajo en Cataluña, un genio catalán. Y como siempre, los imbéciles no le perdonan su lejanía al nacionalismo y al independentismo. Se ha marchado el último genio de Cataluña, y me temo que han quedado muy pocos en aquel nordeste idiotizado. Mejor dicho, ninguno.

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