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Desde la almenaAna Samboal

La partida continúa

El primer gran movimiento de la partida de ajedrez en la que se ha convertido la vida política española está hecho. El segundo lo veremos este jueves, en la formación de la mesa del Congreso

Actualizada 01:30

El Partido Popular ha ganado las elecciones, pero el PSOE lleva cuerpos de ventaja en la batalla del relato. Desde que se abrieron las urnas, en la noche del 23-J, en lo que en Génova trataban de sacudirse del ojo la última legaña que dejó la pesadilla de la decepción que les supuso la noche electoral, en Ferraz comenzaron a transmitir a través de todas sus antenas un mensaje que ha llegado a calar en el imaginario colectivo: sólo hay un presidente posible y ése es Pedro Sánchez. El que ha perdido los comicios aparece ante la opinión pública no sólo como presidente –aunque lo sea sólo en funciones–, sino también como el único capacitado para forjar una alianza y, por tanto, único presidenciable.

El recado tiene múltiples destinatarios. El primero es la Zarzuela, que habrá de hacer esfuerzos extraordinarios para explicar a los ciudadanos la designación del candidato a la investidura –sea el que sea–. El segundo es su propio partido. Los que fantaseaban con la posibilidad de descabalgarle, han tomado nota y ya han plegado velas, a pesar de que el desenlace es, a esta hora, una incógnita que tardaremos semanas en desvelar. Bien es cierto que la polarización de la vida política y reparto de escaños contribuye reforzar la composición de lugar que han dibujado en la Moncloa, pero hay alternativas: un gobierno de Feijóo –aunque fuese en precario y en constante riesgo de verse sometido a una moción de censura– o unas nuevas elecciones, en las que Pedro Sánchez podría repetir, sin oposición interna alguna, como candidato.

El primer gran movimiento de la partida de ajedrez en la que se ha convertido la vida política española está hecho. El segundo lo veremos este jueves, en la formación de la mesa del Congreso. PNV y Junts no han comprometido sus apoyos. Si apuestan por Génova, corren el riesgo de perder votos en las próximas elecciones autonómicas. Su alianza con Ferraz, que ha optado por dar visibilidad y poder a sus adversarios locales, Bildu y ERC –presentaron, nada menos, que la Ley de Vivienda del Gobierno– ya los han perdido.

El PSOE opta a la presidencia. Y, sin embargo –escribo estas líneas cuando no hay decisión tomada–, lo que más puede favorecer a Puigdemont, el hombre que guarda la llave de una reedición del gobierno socialista, es que esté en manos del Partido Popular. Sólo una cuenta atrás desesperada y contrarreloj hacia unos comicios, puede empujar a Pedro Sánchez a garantizarle por escrito que cumplirá sus demandas. Si es que puede comprometerse a ello. De lo contrario, se presentará de nuevo ante los electores como el hombre que lo intentó todo por garantizar el progreso de España, pero que ha caído víctima de los nacionalismos identitarios y excluyentes.

En el mercado persa en el que se ha convertido la vida política e institucional española, nos han inducido en las últimas semanas a contar y recontar escaños y apoyos y hemos caído en la trampa: nos hemos olvidado de lo importante. El Congreso que ha salido de las urnas, el que nos representará a todos ha reforzado a los dos grandes partidos nacionales, pero ha dado también más peso a formaciones que, por conveniencia, táctica o convicción, son identitarias y excluyentes. El candidato que aspira a mantenerse como presidente del gobierno abjura del nacionalismo español de Vox, pero no tiene problema alguno en negociar con nacionalismos periféricos. Censura la animadversión de los de Abascal por los inmigrantes foráneos, pero chalanea con los partidos que quieren convertirnos al resto de españoles en inmigrantes en nuestra propia tierra. ¿Cuál es –en este escenario– el relato del Partido Popular?

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