Fundado en 1910
Desde la almenaAna Samboal

Correos, el último esperpento

El escándalo del voto por correo es el epílogo perfecto para una legislatura digna del mejor esperpento. O de un tebeo de Ibáñez

Actualizada 10:04

Dice Correos que casi medio millón de votos solicitados pueden perderse en estas elecciones. Serán pocos, porque hay que echarle paciencia y muchas ganas para ejercer ese derecho. Y no será porque los empleados de la empresa pública no estén poniendo todo su empeño. Doy fe, porque lo he padecido.

Solicité mi voto el 29 de junio. Y ya tuve que hacer los primeros cálculos para acertar con el lugar en el que me podría localizar el cartero en las fechas de reparto. Mi libertad, el valor que más aprecio en las vacaciones, se estaba viendo seriamente comprometida por el capricho de un gobernante. Llegada la semana de reparto, el sobre no llegaba. Me informé a través del INE: lo habían autorizado el 30 de junio y hasta el 11 de julio no lo enviaron a Correos. Me contaron después que hubo un problema informático. ¡La excusa de siempre!, responden los informáticos cuando preguntas.

Llegó por los pelos. El 16, un día antes de coger un vuelo internacional, fueron a llevarme el voto. ¡Qué casualidad! Aparecieron justo en el momento en que salí de casa a hacer los últimos recados. Había olvidado que, si me empeñaba en votar, tendría que estar sentada en el sofá durante días y horas esperando a que la misiva apareciera. Otra vez mi libertad coartada. Pero me empeñé. Era un reto personal. No se me ocurrió otra cosa que ir a buscarlo. De oficina en oficina, encontré la que tenía que entregármelo: la estafeta de la Renfe. Y allí, junto a las vías del tren, más de una hora de espera, hasta las diez de la noche, preguntando a un cartero tras otro hasta que llegó, finalizado el servicio, el que llevaba mi voto en el zurrón. Sólo me quedaba madrugar al día siguiente para votar antes de ir pitando al aeropuerto.

No queda ahí la cosa. Me pasé las vacaciones rezando para que en el sorteo de mesas en los colegios no saliera mi nombre. Lo logré en la primera convocatoria y, feliz, pagué mi viaje a la agencia. Cuando anunciaron un segundo sorteo, porque no se habían cubierto las plazas, ¡qué quieren que les diga!, por si acaso, ni abrí el buzón. Todo tiene un límite.

El capricho de Pedro Sánchez convocando unas elecciones en pleno mes de julio ha cortado innecesariamente mi libertad y mi descanso y el de millones de españoles. Muchos, como la que esto escribe, se habrán empeñado en votar, pero otros muchos, casi 300.000, según Correos, han tirado la toalla. Porque ya estaban en otro destino cuando llegó el voto, porque se habían ido a tomar una caña al chiringuito o porque esta mala broma les ha puesto de muy mala leche.

Deben pensar los cocineros del CIS que todos estos son del PP y por eso cargan las encuestas a favor de la izquierda. Vaya usted a saber, señor Tezanos, si no son aquellos que ilusionados se entregaron a Pedro Sánchez y ahora reniegan de los besos con Delcy, la amiguísima de Zapatero y los abrazos con Bildu. A este presidente, que se presentó ante la opinión pública como garantía de limpieza, sólo le ha faltado hacerse la foto con Putin. Y será porque el ruso no se ha puesto a tiro, porque pretendía convertirse en el mediador en la guerra de Ucrania como presidente de turno de la Unión Europea. Ahora, sale corriendo de las Cumbres en las que buscó relumbrón no hace tanto, dejando al personal plantado, para irse de mitin. ¡Quién te ha visto y quién te ve, Pedro Sánchez!

El escándalo del voto por correo es el epílogo perfecto para una legislatura digna del mejor esperpento. O de un tebeo de Ibáñez. Vinieron a trabajar para la gente, pero nos votaron nuestras libertades constitucionales, nos complican la vida para ejercer nuestros derechos, nos demonizan si no ejercemos la moral dictada desde el púlpito de la Moncloa y nos dejan con una mochila de deuda que nos va a costar sudores adelgazar. Deuda extraordinaria, entre otras cosas, para pagar la factura de horas extras y contratos temporales a los carteros. Al menos, se lo aseguro, ellos se han ganado el sueldo.

comentarios

Más de Ana Samboal

  • El ocaso de las estrellas catódicas

  • Sus deseos son órdenes

  • Los bolos de Sánchez

  • El presidente ante el espejo

  • Ella

  • tracking