Sus deseos son órdenes
Sánchez no comparece ante los medios para rendir cuentas de su gestión como jefe del Ejecutivo que es, sino como el candidato de un partido que aspira a revalidar el Gobierno
2014. Un casi desconocido diputado del PSOE, que, durante años, se ha movido hábilmente entre las bambalinas del partido, irrumpe en la escena mediática como adversario de Eduardo Madina. Es el tapado de Susana Díaz para suceder a Alfredo Pérez Rubalcaba como secretario general. Aunque él no lo confirma, ella misma se ocupa de airear sin pudor sus favores paseando sonriente a su lado, de camino a la sede, por la calle Ferraz de Madrid, un par de días antes de que llegue el momento de presentar formalmente la candidatura.
Ese mismo día, desde Diario de la noche, el informativo diario que dirigía en Telemadrid, invitamos a Pedro Sánchez a visitar nuestro plató. No era la primera vez que lo hacía. Pese al veto encubierto que nos había impuesto Pepiño Blanco tras dar voz a los controladores aéreos en la crisis que obligó a cerrar los cielos de toda España durante horas, el entonces diputado y asesor acudía con naturalidad cuando le llamábamos. Pero esa noche denegó amablemente la asistencia, alegando que no tenía noticia que darnos aún, además de los consabidos problemas de agenda. Decidimos buscar a otro invitado hasta que, a mediodía, el candidato cambió de opinión y así nos lo hizo saber. Dado que nuestra agenda estaba cerrada, le emplazamos a asistir al día siguiente, cuando su candidatura estuviera ya formalizada y pudiera hablarnos con naturalidad de su proyecto. Minutos después, un mensaje del director general de la cadena, con el que Pedro Sánchez se había puesto en contacto de inmediato, nos conminaba a contar esa misma noche con su presencia. Así se las gasta el candidato.
Correcto, educado, amable, pero frío, durante la entrevista Sánchez no confirmó su candidatura. Sólo se salió del guion que llevaba en mente cuando le leímos un comentario que Victoria Prego sobre él: era guapo –venía a decir–, pero tonto. Un contenido gesto de contrariedad, que quizá el espectador no percibió, pero sí observamos a corta distancia, delató su disgusto. Una vez acabó el programa, se comprometió a regresar si sus compañeros de partido le convertían en secretario general. Jamás lo hizo. Estaba llamado a más grandes gestas, ya no le interesaba nuestro público.
La relación entre los periodistas o los medios de comunicación y los políticos es complicada. Cada cual se debe a sus propios intereses a la hora de demandar o conceder una entrevista. Pero, dado que la democracia es un régimen de opinión pública, en el que el gobernante debe dar explicación de sus decisiones a los gobernados, siempre hay un momento en el que los deseos de unos y las necesidades de otros coinciden. O lo había hasta que llegó Pedro Sánchez. Con sus eternas comparecencias en solitario y sus ausencias de la televisión pública o de los programas con más audiencia de radio o televisión a lo largo de toda la legislatura, el hoy presidente ha hecho bueno el plasma que tanto se le criticó a Mariano Rajoy. Y el maratón de entrevistas de los últimos días no subsana su error. Sánchez no comparece ante los medios para rendir cuentas de su gestión como jefe del Ejecutivo que es, sino como el candidato de un partido que aspira a revalidar el Gobierno. No es el interés general el que guía su aparente deseo de dar explicaciones, sino las necesidades particulares, las que que siempre han movido sus pasos.
Para revalidar el Gobierno debe revertir o al menos taponar la fuga de votos socialistas hacia el Partido Popular. Debe transmitir la sensación de que no sólo es útil la papeleta de Feijóo. La cocina del CIS se encarga de corroborarlo: está en la carrera, puede ganar, no demos nada por perdido. Hay que reconocer que, sean ciertas o no las estimaciones de José Félix Tezanos –que, probablemente, como habitúan, estarán sesgadas a beneficio de parte– la estrategia ha sido efectiva. La mantendrá hasta que el debate del próximo lunes dé inicio a una nueva fase o hasta que siga dando réditos. Solicitará entrevistas a todo aquel comunicador al que preste ojos u oídos un solo potencial votante socialista. A él, al elector, va dirigido su impostado mensaje de víctima apaleada. ¡Cómo si no hubiera sido el presidente que más poder ha acaparado durante su mandato! Cuando más tensa sea la conversación, más réditos le reportará. Es una trampa para el que le entrevista. Si se muestra dócil, le recriminarán hacer dejación de sus funciones. Si es agresivo, contribuirá a reforzar el mensaje que el candidato quiere transmitir. Pero ¿quién puede negarse a conceder unos minutos de televisión o radio al presidente del gobierno cuando los solicita?