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Desde la almenaAna Samboal

El presidente ante el espejo

El presidente se ha estrenado con el ministro de Seguridad Social. Mano a mano, el uno y el otro, complacientes y sonrientes, se han dedicado a darse mutuamente jabón ante el público amigo, en casa

Actualizada 01:30

¿Por qué ir rodando de un programa a otro de radio o televisión cuando puede entrevistarse a sí mismo? No necesita más que un espejo. Si me apuran, el coqueto reflejo del cristal de la ventana. Después de convertirse en complaciente entrevistador de sus ministros, es poco más lo que nos queda por ver de Pedro Sánchez en comunicación política. Estemos preparados para cualquier extravagancia, salvo la de enfrentarse a una rueda de prensa en la que los periodistas puedan preguntar y repreguntar libremente.

La democracia es un régimen de opinión pública en el que los gobernantes están obligados a explicar ante los gobernados sus decisiones. Pero, lamentablemente, las comparecencias de un presidente del gobierno ante los medios de comunicación, vehículos de la libertad de expresión de los ciudadanos, se han convertido en un rara avis en nuestro país. Nos sueltan mítines y monsergas, como las memorables charlas consigo mismo con las que Sánchez nos deleitaba en los fines de semana del confinamiento, pero se acobardan ante periodista. Sin embargo, si el famoso plasma de Rajoy protagonizó tertulias, hizo correr ríos de tinta y arrancó aceradas pullas de la oposición, el mutismo de su sucesor, apenas levanta murmullos de crítica. Nada tienen que envidiarse el uno al otro, ambos sienten la misma alergia. Comparecen cuando reciben la visita de un jefe de gobierno extranjero y tras las reuniones de los consejos europeos. Sólo cuando están obligados.

Ahora, con el fin de sortear esa imagen distante, Pedro Sánchez ha ideado un nuevo formato. ¿Por qué ser entrevistado, arriesgándose a cometer cualquier desliz, cuando puede convertirse en entrevistador? El presidente se ha estrenado con el ministro de Seguridad Social. Mano a mano, el uno y el otro, complacientes y sonrientes, se han dedicado a darse mutuamente jabón ante el público amigo, en casa. Y pensar que en esa misma sede, la del Partido Socialista, Felipe González prohibía a sus compañeros de partido en los comités federales para alabar las decisiones que tomaba como presidente… Al PSOE –que diría Alfonso Guerra– ya no le conoce ni la madre que le parió.

A contrarreloj, su candidato trata de conjurar la imagen de hombre frío, distante y sin escrúpulos que de él perciben los ciudadanos. No se da cuenta –o quizá sí y por eso se dedicó durante unas semanas a grabar vídeos a puerta cerrada– de que, entre una parte relevante del electorado, genera un profundísimo rechazo. Es visceral, sí, pero provocado por su actitud altiva, por comentarios y decisiones que han logrado hacer que, al menos, la mitad de los españoles, se sintiera atacado y rechazado, cuando no engañado por su propio gobierno. «O estás conmigo o estás contra mí», dictaban desde la Moncloa. Han criminalizado a los hombres, a empresarios, periodistas, hosteleros, comerciantes y hasta a los que se llamaban Cayetana o Cayetano. Y ahora le tienen ganas. La animadversión que ha despertado en ellos no logrará cambiarla en un par de entrevistas, sea como entrevistador o como entrevistado.

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