El ocaso de las estrellas catódicas
El populismo, sobreactuado, buenista, necesitado de dividir entre buenos y malos, demandante de caudales ingentes de dinero para sostener su ficción, ha logrado saturar a la sociedad española
Hace diez años, en 2013, Jesús Cintora reunía en un plató de televisión a Pedro Sánchez, Pablo Casado, Alberto Garzón y Albert Rivera. Los cuatro, junto a Pablo Iglesias –erigido ya en brillante estrella catódica merced a sus sobreactuadas intervenciones a la contra en una tertulia de derechas– se convirtieron poco después en los principales actores de la vida política española. El poder de la televisión para crear fulgurantes personajes en un breve espacio de tiempo es inigualable. A las pruebas me remito. El riesgo que corren es que los focos que adornan el camino acaben por deslumbrarles. Si tras una oratoria bien trabajada o una cara que comunica no hay nada sólido, el muñeco (que nadie me malinterprete, es jerga profesional de la casa) se cae con la misma facilidad y rapidez con la que ha subido.
De aquellos cinco magníficos por los que pujaban los programas de tertulia, porque el rédito de audiencia estaba asegurado, uno ha pasado con más pena que gloria por una vicepresidencia del Gobierno, otro se ha convertido en presidente. De los cinco, cuatro han caído y el que queda bracea tambaleándose sobre un alambre contra el giro de la opinión pública que dibujan las encuestas. Salió al plató del Cara a Cara contra Feijóo imbuido del espíritu de tertuliano curtido en mil lances, sin caer en la cuenta de que frente a él no había un par, sino un hombre correoso con una dilatada carrera en política, garantía de que se ha curtido en mil lances. Olvidó un sobrado Pedro Sánchez, que apenas prestaba atención a las indicaciones del realizador, porque ya se lo sabía, que la política espectáculo ha iniciado su declive. Sálvame, el pionero, el maestro, ha echado ya el cierre. Ha comenzado una nueva etapa.
El populismo, sobreactuado, buenista, necesitado de dividir entre buenos y malos, demandante de caudales ingentes de dinero para sostener su ficción, ha logrado saturar a la sociedad española. Creció al amparo de una cruel crisis económica y de un Gobierno de gestores parco, por no decir negligente, a la hora de explicar sus duras decisiones. Algunas, todo hay que decirlo, inexplicables. Burbujeó al calor de casos de corrupción, sangrantes en tiempos de vacas flacas, que los medios de comunicación, ayunos de argumentos oficiales, engrandecieron. Hoy, la economía no va como una moto, pero tampoco está en crisis. Los mangantes de lo público siguen existiendo, pero la doctrina oficial ya no les criminaliza y han desaparecido de los grandes titulares informativos. Y sólo queda un Gobierno con el que las empresas de comunicación son más indulgentes, pero que rinde cuentas peor de lo que lo hacía su predecesor.
¿Ha regresado la sensatez a la vida pública? El auge del populismo de extrema derecha en toda Europa lo desmiente. Los electores siguen buscando soluciones fáciles a problemas complejos. Si Vox, inédito prácticamente en la acción de gobierno, opta por seguir ese camino, tendrá los días contados. También haría mal el Partido Popular en confiarse tras la victoria de su candidato en el debate presidencial. No hace mucho, aunque ocurrió antes de que Cintora se convirtiera en estrella, que Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo contaban con una victoria, porque estaba cantada en las encuestas, para desalojar al nacionalismo de Ajuria Enea. Ésa fue la palanca que activó el voto del PNV. Para reeditar su coalición, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz sólo necesitan movilizar a la izquierda. La candidata de Sumar ha tomado el relevo, ha reaparecido en la sala de prensa del Consejo de Ministros.