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Desde la almenaAna Samboal

Ahora o nunca

Para los separatistas, un gobierno de Sánchez es la llave del referéndum que llevan años prometiendo a su público. ¡Cómo no iban a investirlo!

Actualizada 13:30

Sólo ha engañado a los que deseaban sentirse engañados, aunque no fueran conscientes de ello. Renegó públicamente de Podemos, de Otegi o de Puigdemont con el fin de acallar conciencias buenistas, levemente inquietas, a pesar de que la alianza con ellos siempre ha entrado en sus cálculos. Sencillamente, porque, de otro modo, nunca se hubiera convertido en presidente.

El proyecto de poder de Pedro Sánchez no ha pasado jamás por buscar una amplia y sólida mayoría. Genera demasiada desconfianza para lograrlo. Su proyecto pasa por sumar en torno a sí el cúmulo de variopintas minorías que reniegan de esa gran mayoría. Así fue como ganó las primarias a Susana Díaz en el PSOE, aglutinando a esas federaciones –empezando por el PSC– que nunca acabaron de sentirse cómodas con un modelo nacional unitario. Con su propuesta para construir una suerte de confederación plurinacional asimétrica de la mano de Iceta y con Iglesias de tonto útil pactó con las fuerzas centrífugas para desalojar de la Moncloa a un debilitado Mariano Rajoy. Y, ahora que ha conseguido arrebatar a los separatistas buena parte de sus votos, intentará seducirlos, si es que no están ya enamorados, de que la única vía para alcanzar sus aspiraciones es revalidar su mandato. Lo ha dejado claro el presidente catalán: es ahora o nunca.

Para los separatistas, un gobierno de Sánchez es la llave del referéndum que llevan años prometiendo a su público. ¡Cómo no iban a investirlo! Para Sánchez es la segunda Transición, la que abre la puerta a la confederación de naciones y le convierte en el Suárez del siglo XXI. Eso sí, sin reforma constitucional ratificada en las urnas por todos los ciudadanos. ¿Para qué ir de la ley a la ley si Cándido Conde Pumpido garantiza el mejor de los atajos?

Frente a él tiene a una derecha rota que, desde aquel disparatado congreso de Valencia en el que Rajoy abrió la puerta de salida a los liberales y democristianos, aún no ha logrado recomponerse en la gran plataforma, la única capaz de garantizarle mayorías absolutas. Lo recuerda Aznar en sus memorias de gobierno: sólo reuniendo en torno a unas nuevas siglas, las del PP, a la Alianza Popular de Fraga, a democristianos, conservadores, liberales, herederos de la extrema derecha y a los restos de la UCD, sólo creando un gran partido que alcanzara desde el extremo hasta la frontera del PSOE, la derecha lograría llegar la Moncloa. Y lo logró.

Hay que admitir que el presidente del PP ha hecho un trabajo formidable, cohesionando a su partido para llevarlo hacia la victoria electoral en sólo un año. Pero tiene mucho tajo aún por delante para recuperar esa gran plataforma perdida. En esta campaña, Feijóo ha apelado al voto útil proponiendo pactos a Pedro Sánchez para retratarlo ante la opinión pública que su votante no ha entendido, porque ya sabe de sobra qué cara se gasta el presidente. Mientras, María Guardiola demonizaba a los de Vox, haciéndole la campaña gratis a Ferraz y los de Abascal se dedicaban a tirar piedras contra el candidato de Génova. Hay mucho que coser y debe hacerlo en el momento mas complicado. Los estadistas se revelan en los momentos oscuros.

Feijóo se juega su carrera política en este envite. Si se convirtiera en el próximo presidente del Gobierno, apelando a supuestos diputados socialistas díscolos que no existen, viviría una agonía permanente, despertando cada mañana preguntándose si ésa sería la de la nueva moción de censura contra él de Pedro Sánchez. Y acabaría por llegar, sin duda alguna. Sólo le queda la posibilidad de que el Rey le designe candidato en el menor breve plazo de tiempo posible para que echen a correr los plazos. Quitarle al candidato socialista el reposo que necesita para negociar con los separatistas y para atender las disparatadas exigencias de Puigdemont. Y cruzar los dedos para que no llegue a tiempo. Su discurso en el estrado del Congreso sería el primer gran acto de una nueva campaña electoral: un proyecto nacional que logre ilusionar a una gran mayoría de españoles, incluidos los que votan a Vox, que están confundidos y desencantados.

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