La abstracción
La belleza nos salvará, si somos capaces de verla de nuevo
Explicaba el excelente pintor Juan Antonio Presas (Barcelona, 1963) que le parecía evidente que «el arte ha sido punta de lanza de un propósito generalizado de rebeldía respecto a la realidad, rebeldía ensalzada hasta resultar identificada con la condición de «artista», y cuyas consecuencias sociales en todos los campos se hacen cada vez más evidentes». Su tesis, que me convence plenamente, es que no podemos entender el mundo actual si no comprendemos antes lo que han hecho con los conceptos de belleza y de verdad: «Aunque la Verdad fue lo que antes se relativizó en Occidente, esa relativización sólo afectó a selectas minorías de pensadores. Sin embargo, a nivel popular fue necesario que nos familiarizáramos con la relativización, primero, y la inversión, después, del concepto de Belleza en las artes para que aceptáramos con naturalidad la relativización de la Verdad y el Bien en todos los ámbitos políticos y sociales, a la que está siguiendo una inversión de ambas nociones que sólo encuentra parangón en la que se dio previamente en el orden estético. Y así estamos».
La cita es larga, pero merece la pena. Nos ayuda a entender, entre otras cosas, una de las realidades cotidianas de nuestra actualidad que más desconciertan y entristecen. Esos «intelectuales», profesores, periodistas y políticos profesionalizados que son capaces de cambiar radicalmente de posición y de pensamiento si su partido lo demanda. «OTAN de entrada, no; amnistía de entrada, no; Puigdemont, de entrada, no…»; pero luego, a la voz de «¡Ar!» todo es que sí, bwana.
Dejemos a un lado las concretas posiciones políticas, y fijémonos en la absoluta humillación de la propia conciencia y en la radical dejación de la inteligencia personal que supone cambiar de criterio porque a tu partido le hacen falta dos o tres votos. Las declaraciones de Belloch, que ha sido juez y ministro, diciendo que considera a Pedro Sánchez el peor presidente de la democracia pero que lo vota igual me parecen uno de los casos de auto vejación pública más vergonzosos a los que he asistido nunca.
Estamos ante un cambio de paradigma filosófico (el principio de no contradicción se ha evaporado), moral y político de una enorme trascendencia antropológica. Y agradezco a Juan Antonio Presas que me haya dado las claves para entenderlo.
Sucede porque están instalados en el pensamiento y en la vida abstracta. Han conseguido desvincularse de la realidad. Viven en un cuadro de Picasso, con otras dimensiones, o en uno de Miró, con colores blandos, o en uno onírico de Dalí, con relojes derretidos. O entendemos esto o estamos condenados al pasmo diario y a no saber cómo enfrentarnos a unos rivales que, como Proteo, cambian de forma constantemente.
Una curiosidad. Mientras a Proteo, para vencerlo, había que separarlo del contacto con la tierra, al Proteo postmoderno es al contrario: hay que ponerlo en estrecho contacto con la realidad, con las consecuencias, con lo práctico y lo concreto. En todos los órdenes. Por supuesto, en el político, el jurídico y el económico, donde urge. Pero también en el arte y en la belleza, donde, como explicó Presas, empezó todo. La belleza nos salvará, si somos capaces de verla de nuevo. El pintor Presas, por cierto, no sólo denuncia la jugada, sino que pone las manos –los pinceles– a la obra. Hace unos cuadros preciosos: necesarios.