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Enrique García-Máiquez

Qué alegría de verano

¿Sumará Feijóo aprovechando la generosidad de Abascal? ¿Cederá el PNV? ¿Y a qué precio? ¿O sumirá [sic] Sánchez? ¿Y a qué pecio [sic]? Sería un naufragio.

Actualizada 01:30

Se han ido ya tres cuartas partes del verano y todavía no he escrito mi artículo playero ni mi artículo sobre los veraneantes ni mi artículo sobre las cenas con los madrileños (llamados amablemente «comepeces» en mi tierra, por su afición al género). Me quedan quince días vacaciones y se me acumula el trabajo.

Ni siquiera me he acordado yo solo. Me he encontrado en la playa con una amiga de Madrid. Me ha contado amabilísimamente que me lee con fidelidad incluso en invierno. Hay un artículo mío que no olvida. Era, por supuesto, veraniego. De una vez que mi teckel Pukka trincó a una gaviota inmensa del tamaño de un cóndor y la gaviota echó a volar con la perra, que no soltaba su presa. Por fortuna a los cinco o seis metros, la gaviota empezó a perder altura y volvió a tierra. Lo que sigue lo pude escribir hace trece o catorce años, que es de cuando data aquel artículo, pero no ahora, me temo, que la sensibilidad ha cambiado mucho. Tampoco se pueden llevar ya perros a la playa.

Lo importante, sin embargo, es otra cosa: el artículo era de hace un siglo. Por aquellos tiempos yo escribí cientos de artículos contra Zapatero, estoy seguro; pero mi amiga, que los leería, tan buena es, no se acuerda de ninguno, ni yo.

Es un aviso moral porque si este verano no he escrito ningún artículo de temporada se debe, principalmente, a que la política no nos está dejando respirar entre campaña, debates, elecciones, recuentos, shock, análisis, autocríticas de unos a otros y negociaciones. Bajo la sombrilla, levanto la mirada para hacer sumas mentales de un bloque y del otro. Las matemáticas creativas copan mi horizonte. ¿Sumará Feijóo aprovechando la generosidad de Abascal? ¿Cederá el PNV? ¿Y a qué precio? ¿O sumirá [sic] Sánchez? ¿Y a qué pecio [sic]? Sería un naufragio.

Pero no vengo a quejarme, sino a remediarlo. Y entonces recuerdo que alguna vez, al levantar la vista, entre la suma y yo, una visión me ha distraído felizmente. Una visión veraniega. He visto bastantes matrimonios paseando por la playa, lo que siempre es una alegría. Y en muchos se repetía el patrón: la mitad femenina tenía facha modélica, de ésas que se consiguen con horas de gimnasio, ayuno intermitente y ensaladitas en la cena; la parte masculina iba como podía, dando fe de sus buenas cervezas, sus cenas a la española (tarde y bien) y una alergia al gimnasio. Es verdad que también pasan matrimonios donde ambos están en forma, pero en esos me fijo menos. Me falta quizá la empatía.

En los matrimonios con brecha dietética, digamos, no cuesta imaginarse las conversaciones en las cenas. Porque quien hace régimen tienen a desquitarse riñendo al que no lo hace. Vuelca su hambre en eso. La gente muy deportista también es muy proselitista de su energía. Tener amigos corredores o ciclistas está bien, porque no los ves todo el rato, pero en tu propia casa puede ser excesivo tanta animación al deporte. Y ahí iban paseando, ellas queriendo ir más rápido, más rápido, mas ellos parándose cada dos por tres a saludar a alguien (quizá para quedar para una cerveza en el chiringuito).

Pero tan mal no les va, pues que pasean juntos. Hay que realzar a las parejas corrientes o por lo menos observarlas desde la sombrilla. Ver es defenderlas. Y en ésas estoy hasta que mi mujer me dice: «Deja ya de agobiarte con la política y vamos a dar un paseíto por la orilla, que te va a venir muy bien un poco de deporte, al menos». Voy.

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