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Desde la almenaAna Samboal

Las cuentas de la lechera

Dotar a Cataluña de una agencia tributaria propia, establecer un concierto económico similar al vasco y romper la caja única de las pensiones dotaría a Cataluña de un estatus de Estado asociado a España

Actualizada 01:30

Una de las frases más repetidas de Karl Marx es esa que viene a decir que la historia ocurre dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa y el independentismo lleva camino de alcanzar ese hito, si es que podemos denominarlo así.

Allá por 2003, por convicción o por ganas de ganar las elecciones autonómicas –que de ambos ingredientes había– Pascual Maragall decidió entrar en puja con los independentistas para dotar a Cataluña de un nuevo estatuto. Lo logró, pero no probablemente como esperaba. Siendo presidente de la Generalitat, Zapatero se encerró un fin de semana en Moncloa con Artur Mas y Durán i Lleida y pactó con ellos en secreto y después de muchos cigarrillos la ley orgánica que tantos dolores de cabeza nos ha dado en los últimas dos décadas. Después de que el presidente del Gobierno reconociera a los independentistas como los auténticos representantes de la comunidad catalana, el desalojo del PSC de Maragall y Montilla del gobierno autonómico venía sobrevenido. Pero, lejos de replantearse su posición política, decidieron sostenerla. De aquellos polvos, estos lodos.

Veinte años después, con el PSC esperando recoger los frutos en las próximas elecciones regionales, otro presidente español, Pedro Sánchez, ha dado alas a ERC y Junts para abrir una nueva puja. Si Puigdemont exige amnistía, Junqueras responde que ya la pactaron ellos antes. Si el de Waterloo amenaza con un referéndum unilateral, el de Barcelona responda con un «¡Viva Cataluña libre!» Si Aragonés reclama 110.000 millones, Turull multiplica la cifra por cuatro. El precio de salida de la subasta por la Moncloa se ha puesto en 450.000 millones cuando ni siquiera se ha iniciado formalmente la puja, porque Sánchez todavía no ha recibido la designación del Rey para someterse a la investidura.

Toda negociación parte de máximos, pero la factura que Junts pone sobre la mesa hace el pacto inasumible. Y no porque Sánchez no tenga voluntad de concedérselo, que es lo que parece, sino porque, por mucho que se empeñe, no hallará de dónde sacarlo aunque nos desplume a todos. El cuento de la lechera que se ha escrito Puigdemont calcula que uno de cada tres euros generados por la economía española le pertenecen.

Reclama infraestructuras cuanto tiene un aeropuerto y una conexión con AVE por la que se darían con un canto en los dientes la gran mayoría de regidores de capitales de provincia. Reclama un supuesto déficit de inversiones sociales cuando lo que ha recaudado para financiar centros de salud y colegios se lo ha gastado en embajadas y políticas para dividir a la sociedad. Y todavía quiere que le paguemos la fiesta indepe condonando el rescate que se cargó al FLA. Con todo, las demandas con carga de profundidad son las de las transferencias pendientes. Dotar a Cataluña de una agencia tributaria propia, establecer un concierto económico similar al vasco y romper la caja única de las pensiones dotaría a Cataluña de un estatus de Estado asociado a España, sería el germen de un país confederal.

Y aún quedan semanas para asistir a un hipotético pleno de investidura de Pedro Sánchez. Cuando llegue el momento, no les quedará más que pedir la luna.

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