España y el gran problema de los editores
¿Cuando el principal periódico de la izquierda era de propiedad española hubiese avalado a Sánchez en su sumisión a los partidos golpistas catalanes?
El oficio de periodista, fatigoso y en España mal pagado, suele tener una compensación emocional: los periodistas nos creemos muy importantes y algunos profesionales incluso acceden a un nivel de relación con los poderosos que los lleva a confundirse y pensar que forman parte de esa crema. Hay muchas ínfulas y escaso realismo. He trabajado con gente anclada en una adolescencia perpetua que se creían Woodward y Bernstein y llegaban a las redacciones cada mañana con aires de que iban a derribar al Gobierno antes de la hora de la merienda.
Tras tres décadas largas trabajando en los periódicos, mi conclusión es que los periodistas somos necesarios, por supuesto. Pero al final solo suponemos una parte del engranaje. Para poder cumplir con nuestro deber necesitamos de manera imprescindible a otra figura, que sí es vital y sin la que nada podemos hacer: los editores. Y un problema de España es que apenas quedan editores de verdad. Son el lince ibérico del oficio. En vez de editores, ahora hay inversores.
En mi modesta carrera en la prensa he trabajado dos veces con editores, incluido el feliz momento presente, y otras con inversores. La diferencia es abismal. Un editor, en el sentido más clásico y honorable del término, lanza un periódico para promover unas ideas, un modo de ver el mundo alrededor del cual se acaba reuniendo una comunidad del lectores. Un periódico de verdad es ante todo una idea. El editor clásico quiere ganar dinero, por supuesto (o al menos no perderlo de manera que amenace a la compañía), pero su auténtica motivación no es la crematística. Lo que busca es influir en la sociedad de un modo que él considera positivo. Trata de que imperen los valores que él promueve, con el límite de respetar la verdad de los hechos. De chaval trabajé con un editor excéntrico y atrabiliario hasta lo novelesco, pero que entendía perfectamente la esencia de su oficio. En las reuniones con su equipo ejecutivo, a veces bramaba mirando a los contables: «A mi aquí me sobra todo… ¡menos la Redacción!». Aquel hombre no quería tener un periódico para comprarse un yate, sino para defender aquello en lo que creía, en su caso defender la prosperidad de su región.
Los editores son importantísimos para un país, porque los periodistas comunicamos dentro del marco editorial que ellos nos establecen y que hemos aceptado de manera tácita al entrar a trabajar en sus empresas. ¿Y qué está pasando en España? Pues que algunas compañías de comunicación de notable influencia han acabado en manos de inversores foráneos, a los que el buen futuro del país les importa poquísimo, porque lo único que buscan aquí es extraer todo el dinero posible. Se llega incluso a la contradicción de que en España existen empresas de comunicación de capital extranjero que con una mano defienden el ideario del centroderecha y con la otra el de la izquierda populista.
El periódico de referencia del PSOE ha iniciado ya una campaña a favor de la amnistía, a pesar de que es evidentemente inconstitucional. Esa extrema medida de gracia, que rompe la igualdad entre los españoles, deja por los suelos a la justicia y quiebra nuestro Estado de derecho, se va a tomar solo porque el candidato socialista que ha perdido las elecciones necesita concederla para pagar el apoyo de un fugitivo golpista. Y ahí tenemos a ese periódico apoyando una decisión contraria a los intereses de España simplemente porque Sánchez puede hacer favores a su conglomerado empresarial en otros negocios, que no son el periodismo y que pueden resultar muy golosos.
El dueño histórico de esa compañía fue Polanco, fallecido en 2007, un madrileño de ancestros cántabros, inteligente, hábil y muy controvertido. Tenía más meandros que el río Jurúa, sin duda. Pero, ¿habría permitido aquel editor español que su periódico apoyase que un político derrotado en las elecciones alcance el poder traicionando a España, a los jueces, al Rey, a la Constitución y hasta a su propia palabra del mes pasado, cuando él mismo rechazaba la amnistía? Creo que no. Habría ordenado una línea editorial contraria a esta aberrante medida y habría contribuido así a controlar a un aventurero de la política, cuyo único fiel moral es su propio ombligo.
¿Qué pasa hoy con ese periódico y su radio? Pues es muy sencillo: el capital español supone menos de un cuarto del total del accionariado. Hay ya casi tanto dinero mexicano como nacional. El principal accionista y presidente del grupo es un hábil inversor francés de ancestros armenios, que trabajó en Nueva York y reside en Londres, donde creo el fondo que hoy controla un periódico que ya apoya una amnistía que tronza nuestra legalidad. Todos esos inversores británicos, franceses, mexicanos, cataríes, algunas de cuyas firmas están radicadas en Islas Caimán, Luxemburgo y Seychelles, no están desvelados pensando en el problema de la unidad de España, porque se trata de una pelea a medio plazo que les da un poco igual. Lo que miran es si el débil Sánchez puede resultar un buen caballo para sus apuestas a corto plazo en el mercado español.
Si esos pobres periodistas tienen ahora que escribir y tertulianear a favor de la amnistía, contradiciendo súbitamente lo que ellos y el partido al que apoyan venían defendiendo hasta ayer, se debe a que no trabajan para un editor español comprometido con su país, sino para fondos cosmopolitas que van y vienen. Una lástima. Un hecho que debería ser más conocido por el gran público de izquierdas, que tiene derecho a no hacer el panoli y saber quién le está diciendo determinadas cosas y porqué.