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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Un esfuercito

La guerra terminó en 1939, y al paso que vamos, aquí se va armar un buen barullo. Un esfuercito, Santidad, que tampoco está tan lejos Roma de Madrid

Actualizada 01:30

Pablo VI y Franco no se llevaban bien. El que sí hizo buenas migas con Su Santidad fue el Embajador de España –y de Franco–, ante la Santa Sede, don Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate. Tan buenas migas que, sin consultar con el Jefe del Estado consiguió que el Santo Padre le prometiera hacer un esfuerzo y visitar España. Por medio del ministro de Asuntos Exteriores, el General Franco hizo llamar a su Embajador y éste voló a Madrid. Don Antonio contaba que Franco le recibió en El Pardo con toda cortesía. «Siéntese, Garrigues». Y Garrigues se sentó.

«Me tiene que ayudar, Garrigues. Usted es un hombre con muchas amistades e influencias. Y le solicito su colaboración». Garrigues asintió y le ofreció su colaboración sin límite. «Garrigues, más de la mitad de los colegios y escuelas en España carecen de campos deportivos para los recreos de los colegiales. ¿Qué le parece?». «Me parece mal, Excelencia»; «por eso le he hecho llamar, Garrigues. Usted, con su influencia, puede ayudarme a subsanar esa situación». Garrigues no salía de su asombro, pero respondió afirmativamente. «Haré lo que esté en mi mano, Excelencia».

«Gracias, Garrigues. Sé que lo hará». El Jefe del Estado se incorporó, y dio por finalizada la audiencia. Garrigues no entendía nada de nada. Después de estrechar su mano, y cuando el embajador se disponía a abandonar el despacho de Franco, oyó a lo lejos las últimas palabras del Generalísimo.

«Y de la posible visita a España del Papa Pablo VI, ya hablaremos». Y de esa manera, desautorizó sus gestiones.

A Pablo VI le sucedió el cardenal Albino Luciani, Juan Pablo I. Un hombre bueno y sencillo que falleció 33 días más tarde. Fue el Papa poco más de un mes. Llamé a mi madre, muy aficionada a los pontificados para informarle de la mala noticia. «Se ha muerto el Papa». Y mi madre, reaccionó con una pregunta que delataba su extrañeza. «¿Otra vez?»

Y llegó Juan Pablo II, San Juan Pablo II, un Papa polaco que no provenía de la sabia Curia. Venía de la Iglesia perseguida por el comunismo. La KGB intentó eliminarle años más tarde contratando al asesino Mehmet Alí Agca, que disparó cuatro balas contra el cuerpo de Su Santidad. Jamás se repuso del todo, visitó en la cárcel a su asesino frustrado, le perdonó, y hoy vive el criminal fallido en Estambul con envidiable holgura económica. El Papa con su palabra derribó el Muro de Berlín, y desde Polonia se extendió la furia de la libertad. Derribado el Muro que nadie intentó superar en dirección contraria, Polonia, Checoslovaquia, Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Rumanía y Bulgaria iniciaron el camino hacia la libertad. También contribuyeron Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, un comunista pragmático que dio por concluida la terrible farsa soviética. Y aquel Papa, con la fe del carretero, el amor a la Virgen, su fuerza y su resistencia, nos visitó en cinco ocasiones. «Quiero especialmente a España, la Tierra de María, la gran evangelizadora». En sus cinco visitas pasó por Madrid en cuatro ocasiones, la última oficiando una misa en Colón presidida por los Reyes Juan Carlos y Sofía, ante un millón y medio de personas. Y visitó Ávila –Santa Teresa y San Juan de la Cruz–, Alba de Tormes, Salamanca, Guadalupe, Toledo, Sevilla, El Rocío, Granada, Loyola –Ignacio–, Javier –San Francisco Javier, el navarro impaciente–, Zaragoza, Montserrat, Barcelona, Valencia, Alcira, Moncada y Santiago de Compostela. En su última alocución en Madrid, su mensaje. «No tengáis miedo».

Le sucedió Benedicto XVI, el Papa intelectual, escritor, teólogo, músico. El Papa de la inteligencia y la mirada de bondad infinita. El Papa que denunció que el Diablo también vive en la Santa Sede. El Papa que entendió que para llevar el timón de la Iglesia de Cristo se precisaba de una fortaleza que su humildad le negaba. El Papa que se encerró en vida a rezar y escribir, humildemente apartado. El Papa que vivió los últimos años de su vida como el más humilde de los frailes, en silencio y sólo ante Dios. Y nos visitó en tres ocasiones. Madrid, donde reunió en Cuatro Vientos, en un día ventoso y húmedo a más de un millón de jóvenes. Barcelona, donde consagró la Sagrada Familia de Gaudí, que es como la Sinfonía Inconclusa de Schubert. Valencia y Santiago de Compostela, el Campo de las Estrellas. Y le sucedió en vida el Papa Bergoglio, argentino, en ocasiones desconcertante. «Viajaré a España cuando haya paz». La guerra terminó en 1939.

Decía Di Stéfano de un joven futbolista del River Plate que tenía todas las cualidades para triunfar y un solo defecto. « No se esforzaba». Y yo le decía, «Con un esfuercito serás mejor que yo».

Pues eso es lo que hay que pedirle al Papa Francisco. Un esfuercito para que visite su Madre Patria en paz. La guerra terminó en 1939, y al paso que vamos, aquí se va armar un buen barullo. Un esfuercito, Santidad, que tampoco está tan lejos Roma de Madrid.

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