Ferraz y los violentos
La violencia desplegada para disolver las manifestaciones ha sido con la brutalidad que uno esperaría si enfrente hubiera una multitud de gente armada, organizada y con ganas de sangre
Hace un par de semanas que nos estamos reuniendo en Ferraz todos los días miles de personas cabreadas. Muy cabreadas. Cansadas de ver cómo a unos se les perdona y concede todo por unas pocas monedas de plata mientras a otros se los trata como a ciudadanos de segunda. Unos viven por encima del bien y del mal mientras otros tienen que pagar religiosamente la más mínima multa por exceso de velocidad.
A la gente que se congrega en Ferraz le cabrea eso y también la podredumbre moral a la que parecemos habernos acostumbrado. Lo de la amnistía es la puntilla, lo gordo llevamos décadas soportándolo. La gente en Ferraz no está por la Constitución, está por la Patria en mayúsculas.
La idea que han intentado vender los medios del régimen –sin éxito–, es que esas concentraciones eran una quedada de gente radical, peligrosa y violenta. Un pequeño grupúsculo de inadaptados. Y tienen razón en lo de radicales e inadaptados. Dios nos libre de adaptarnos a un sistema que promueve la barbarie. Sabemos a dónde lleva la tibieza y la mediocridad.
Pero los peligrosos y violentos, como todo el mundo ha podido ver, están al otro lado de la valla y llevan porra y casco. A este lado de la valla hay abuelos, padres de familia con sus hijos mayores, chavales que por la mañana estaban en la universidad tomando apuntes, jóvenes que han venido directos al terminar su jornada laboral en una consultora y trabajadores de la construcción que ni se han cambiado al salir de la obra. Cayetanos, quillos, señores trajeados y otros como yo, con las botas de montaña y un buen surtido de puros palmeros. Eso sí, todos indignados, muy indignados.
Ayer pudimos comprobar nuevamente que un animal herido y acorralado es peligroso y embiste, y así está ahora mismo Pedro Sánchez. Humillado incluso por esos a quienes pretende vender nuestra patria. Y embistió. Pero gracias a los miles de teléfonos móviles y a los periodistas que estaban en la zona se pudo demostrar la brutalidad policial que muchos llevan negando desde hace dos semanas.
La violencia policial de estos días no la vi ni por asomo en Cataluña en 2017. La policía, la semana pasada, nos disparó decenas de proyectiles con gas lacrimógeno que volaban por encima de nuestras cabezas como si fueran bengalas; y todos: jóvenes, padres con sus hijos y ancianos tratando de seguir la trayectoria de los proyectiles para esquivar sus perniciosos efectos. Y mientras mirábamos al cielo, venían a toda velocidad proyectiles y porrazos a ras de suelo.
Ayer vi cómo molían a palos a niñas de veinte años, a chavales que lo único que tenían en las manos era una bandera, a hombres de edad, hasta las narices de todo. Nos quieren hacer creer que esos eran los ultras, pero todos hemos visto a esos policías (a quienes habría que hacer un control antidopaje) acribillando a porrazos a tres chavales en la calle Princesa. Yo mismo tengo el brazo descalabrado por intentar desviar la trayectoria de una porra que viajaba directa a mi cabeza.
Las cargas de ayer no solo fueron injustificadas, sino también desproporcionadas. La policía aporreó indiscriminadamente todo lo que pilló por delante.
Ayer iban desquiciados con las lecheras a toda velocidad por las calles aledañas a Ferraz. No era necesario que les lanzaras algo para que se detuvieran a calentarte un poco. La sorpresa era mayúscula entre todos los que lo vivimos en primera persona.
En dos semanas no ha ardido un solo vehículo, no se ha roto un solo escaparate ni destrozado ningún negocio. Tampoco hemos visto lluvias de adoquines ni policías inconscientes en el suelo siendo pateados. Pero la violencia desplegada para disolver las manifestaciones ha sido con la brutalidad que uno esperaría si enfrente hubiera una multitud de gente armada, organizada y con ganas de sangre.
Y resulta que la única sangre que hemos visto es la de gente normal que sacrifica la hora de la cena y una cerveza en el bar para gritar contra unos políticos que no tienen dignidad y contra un sistema inmoral y corrupto.
En cualquier caso, a pesar de todo, el resumen creo que es positivo. Ahora se trata de seguir igual en Ferraz y hacer lo mismo que hicieron los separatistas: internacionalizar el conflicto. Ha quedado claro de qué parte está la violencia. De la nuestra está la razón, la verdad y el humor, y es importante no perder esto último porque es la demostración de que somos civilización.
Al cielo hay que llegar con cicatrices y en Ferraz hay unos tipos protegidos con chalecos antibalas dispuestos a regalárnoslas cada tarde.