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Un mundo felizJaume Vives

Hijos de la Gran Bretaña

Que Dios perdone a esos hijos de la Gran Bretaña y que algún día podamos disfrutar de una sociedad que los castigue como merecen

Actualizada 01:30

Igual que sucedió hace cinco años con Alfie Evans, la justicia británica ha decidido desconectar de los soportes vitales a una niña, contra la voluntad de sus padres.

Indi Gregory tenía ocho meses y padecía una enfermedad incurable. Italia, como sucedió con Alfie, le otorgó la nacionalidad y el hospital Babino Gesù le ofreció el traslado y el tratamiento para evitar que el Gobierno británico la desconectara.

Al final vencieron las fuerzas oscuras, sedientas de sangre humana. A pesar de los esfuerzos de los padres, de un Gobierno y de varias asociaciones, Indi murió el pasado lunes 13 de noviembre de 2023.

No se trataba de un caso de encarnizamiento terapéutico, pues un hospital italiano se ofrecía a tratarla porque pensaba que podía mejorar las condiciones de vida de la pequeña y le ofrecía cierta esperanza de vida.

Indi es la niña de pelo rojizo de la que habla Chesterton al final de Lo que está mal en el mundo, y todos los poderes mundanos deberían estar a su servicio. Si no son capaces de atender las legítimas demandas de sus padres y ayudarla a vivir mejor la poca vida que le queda, merecen ser arrasados, hay que prenderles fuego sin piedad. El mundo entero está para servir a Indi, y todo lo que no sirva a Indi no merece mantenerse en pie.

Pero Indi también es un aviso. Una señal que los poderes de este mundo nos lanzan a todos, y conviene que escuchemos atentamente lo que nos quieren decir. Que no tengamos que lamentar luego no haber reaccionado a tiempo.

Aunque Dios no ha muerto –Nietzsche sí–, lo hemos borrado del mapa (bueno, sería más exacto decir que lo hemos intentado porque a poco que uno se fije es imposible no verlo). Y de golpe el más leve de los sufrimientos se ha vuelto una carga insoportable si se trata de un adulto, y una crueldad intolerable si se trata de un niño que tiene unos padres que deciden por él.

Y si a esta aversión desmedida al dolor le sumamos la consagración del aborto como derecho (la aceptación de que por la voluntad de los padres el niño no nacido puede ser ejecutado) lo que viene luego son varias cosas igual de siniestras y que ya hemos comentado en otras ocasiones.

Si el niño enfermo merece ser ejecutado en el vientre de su madre, ¿por qué no podría merecer el mismo castigo una vez ya nacido?

Si la dignidad del niño depende de la voluntad de los padres, ¿qué impide que también dependa de la del Estado?

El caso de Indi nos enfrenta a la terrible realidad por venir, donde el Estado, gracias a que nosotros fuimos los primeros en relativizar la dignidad humana aceptando leyes infames, ahora se atribuye la capacidad de decidir qué vidas son dignas y cuáles no (atendiendo casi siempre a criterios de utilidad).

La respuesta a lo de Alfie hace cinco años, a lo de Indi ahora y a la multitud de leyes infames en materia de aborto no puede ser con música, dj y globitos a favor de la vida.

Son unos hijos de la Gran Bretaña y como tales hay que tratarlos, de lo contrario, nuestros compatriotas todavía no convencidos de que se trata de un execrable crimen, pensarán que no es un tema tan grave y que, efectivamente, tal como los poderes nos quieren hacer creer, no se trata de vidas humanas.

Que Dios perdone a esos hijos de la Gran Bretaña y que algún día podamos disfrutar de una sociedad que los castigue como merecen.

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