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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La maleta

Todo, absolutamente todo, lo acomodó el propio ministro de Consumo en su maleta. Nadie acudió a despedirle porque no sabían quién era y a qué se había dedicado

Actualizada 01:30

Me preocupan y hieren con más ahínco las tragedias personales que las nacionales. Por otra parte, y hace muy bien, el periodismo se hace unánime eco de la investidura del loquito y de toda la porquería que arrastra a su paso. Soy consciente de mi indolencia. Me aburre sobremanera escribir de lo que hoy es obligado analizar. Era presidente de un banco británico, The New Caledonian Bank, sir Ferdinand Grover. Recibió dos llamadas tempranas. En una de ellas, el secretario del Consejo le comunicaba que la mayoría de los accionistas habían exigido su dimisión.

Grover apenas se inmutó. Seguidamente le llamó por el teléfono directo Lady Dorothy, su amadísima esposa, que estaba a su vez liada con Hookes, su chófer, y éste, simultáneamente, con Marmaduke, el peluquero de su querida Peggy, su perrita chihuahua. Lady Dorothy no se andaba con rodeos: «Ferdinand, estaba la ventana del salón abierta, Peggy se ha desnortado, ha saltado hacia el cristal para juguetear con él, no había cristal, se ha precipitado al vacío, y después de chocar con el suelo, ha sido atropellada por el autobús de Green Park. Si no me equivoco, ha fallecido». Y sir Ferdinand rompió en llanto de marea alta, imposible de contener. Su tragedia nada tenía que ver con su destitución como presidente del The New Caledonian Bank. Lo que había descontrolado su ánimo fue la noticia de la muerte de Peggy, por otra parte, una chihuahua tontísima.

La investidura de Sánchez estaba prevista. Y de seguir al frente del PP el equipo Feijóo –Cuca, Pons, Bendodo, Sémper, y compañía–, no habrá más investiduras de Sánchez porque será él, como presidente de la Tercera República, el que reciba al investido en el futuro. Lo que más me ha dolido de todo este embrollo incalificable ha sido la sencillez de Alberto Garzón con su maleta recogiendo los enseres de su despacho. Abandona la política nuestro efervescente ministro de Consumo.

Gracias a un funcionario del ministerio de Consumo, que se prestó a ayudarle en la labor de recoger sus objetos personales del despacho ministerial, he podido saber –y le brindo la exclusiva a mi periódico, El Debate– la relación de los bienes particulares que Garzón se ha llevado en su maleta. A saber: fotografía enmarcada en marco de plata de su boda, en el emocionante instante de la partición de la tarta nupcial, y con la tonta de la familia –no identificada– fuera de sí mientras gritaba «¡vivan los novios!». Fotografía de la pareja con sus hijos enmarcada en «Alpadur».

Caja sin estrenar de lápices de colores «Caran D´Ache»; cuadernos con dibujos de don Alberto –53– realizados durante sus horas de permanencia en el despacho. Estuche con reglas, cartabones y compases. Dos tabletas sin abrir de chocolates «Kit-Kat». Tren eléctrico con vías circulares. La Enciclopedia del Bricolaje hasta el tomo IV. Esta enciclopedia se completa con 12 volúmenes, pero según el funcionario, al ministro le dio pereza y decidió no continuar con la suscripción. Un libro de Almudena Grandes dedicado por Yolanda Díaz. Diana y dardos. Cisne de porcelana de Lladró nadando entre nenúfares, regalo de su esposa. Volante de juguete. Al principio, los bedeles del Ministerio de Consumo se extrañaron de los ruidos que procedían del despacho del señor ministro. Todo se aclaró cuando supieron que el ministro se divertía mucho tomando el volante entre sus manos, mientras con la boca imitaba –purrummm purrummm pum, pum– el sonido del motor. Fotos de Stalin, Lenin, Castro, el Ché y Echenique, la última dedicada. Bolsa con canicas de cristal. Frasco con producto de masaje dermatológico. Cepillo de dientes sin usar con funda morada.

Todo, absolutamente todo, lo acomodó el propio ministro de Consumo en su maleta. Nadie acudió a despedirle porque no sabían quién era y a qué se había dedicado. El funcionario recalca que al abandonar el despacho, se emocionó vivamente y se le humedecieron los ojos.

Llamó a su esposa: «Cariño, vuelvo a ser todo para ti. Con España ya he cumplido».
Momento de gran tensión emocional.
En la calle paró un taxi.
–¿Al aeropuerto? –preguntó con expresión de ilusión el taxista al reparar en la maleta.
–No, a mi casa.

Ejemplar hasta en la despedida. Me gusta ser justo y equlibrado cuando el personaje lo merece. Así se despide un ministro ejemplar.

Gracias, por su trabajo, señor Garzón.

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