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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Prodigios del Estado de Iberia Plurinacional

La cosa se parecía cada vez más a una satrapía bananera, donde las prácticas más intolerables comenzaban a pasar por chachis

Actualizada 10:11

Érase que se era un país alegre y dicharachero llamado Estado de Iberia Plurinacional, cuya forma de Gobierno desde el último cuarto del siglo XX era la Monarquía parlamentaria. En Iberia Plurinacional existía un Rey bastante majete, con categoría de jefe de Estado y según la Carta Magna símbolo de la unidad de la nación y mando supremo de las Fuerzas Armadas. También había un presidente del Gobierno electo, que desde 2018 era Mi Persona (un político que en dos ocasiones había llegado al poder sin haber ganado las elecciones, pero que se daba unos aires de aúpa y al que la higiene democrática le gustaba menos que un inspector de Hacienda a Shakira).

En las democracias normales, cuando el gobernante forma un nuevo Ejecutivo lo que hace es publicar la relación de ministros en una simple nota oficial, que se distribuye a todos los medios previa comunicación al jefe del Estado. Pero Mi Persona no estaba para tanta pulcritud, le molaba más el estilazo de los sátrapas bananeros. Así que lo que hacía era ir comunicando los ministros al goteo a través de una radio y un periódico que le hacían la pelota. Además, pasaba olímpicamente del jefe del Estado, pues nadie ni nada podía hacerle sombra.

Bajo el mando de Mi Persona, el Estado de Iberia Plurinacional se volvió muy entretenido, lleno de prodigios políticos y jurídicos. Parecía que ya todo daba un poco igual:

La ministra responsable de la Economía intentó enchufar a su marido en un organismo público y la prensa la pilló con el carrito del helado. Pero no pasó nada. Mi Persona incluso la propuso para un alto cargo europeo.

El hijo del jurista de cabecera de Mi Persona, magistrado que presidía el más Alto Tribunal de Iberia Plurinacional, fue acusado por una mujer de haberla violado en una parranda drogota en su chalet. Mi Persona tenía como bandera estelar de su Gobierno el feminismo y la protección de las mujeres, hasta el extremo de que había eliminado la presunción de inocencia de los hombres en casos de maltrato. Pero –oh asombro– en el vidrioso asunto del hijo de su ariete jurídico el acusado ni siquiera pasó por el caldero. Libre al instante. No pasó nada.

En Iberia Plurinacional, la presidenta del Parlamento había sido antes la mandataria de una bonita y soleada región insular. Allí había unos terrenos con privilegiadas vistas al mar, pero intocables por motivos ecológicos. No se podía construir ni la caseta de un can. Pero hete aquí que al llegar ella al poder se modificó la calificación urbanística y entre los agraciados del flamante superhotel que allí se levantó apareció –oh casualidad– la pareja de la presidenta regional que había dado la luz verde. No pasó nada.

En Iberia Plurinacional, la formación del Gobierno se acordaba en el extranjero, a las órdenes de un fugitivo perseguido por la justicia por organizar un golpe de Estado contra el país que ahora mangoneaba con mando a distancia.

En Iberia Plurinacional, Mi Persona colocó a un hooligan de su partido al frente del instituto estatal de encuestas para que publicase cada mes un sondeo trucado a su favor. No pasó nada.

En Iberia Plurinacional, los jueces se convirtieron en sospechosos y los delincuentes en sus persecutores, con el Gobierno al servicio de los delincuentes y cambiando las leyes a su dictado.

En Iberia Plurinacional, el ministro del Interior continuó en su puesto pese a ser condenado por los tribunales por destituir por motivos ideológicos a un importante cargo policial y tras ser reprobado por el Parlamento por trolero.

En Iberia Plurinacional, el presidente del Gobierno mentía casi tanto como hablaba. Pero explicó al público que él simplemente iba cambiando de opinión. Y no pasó nada.

En Iberia Plurinacional, la democracia iba apolillándose cada día y la unidad de la nación estaba más en peligro que una hamburguesa en el vestuario de un equipo de luchadores de sumo. La cosa se parecía cada vez más a una satrapía bananera, porque los buenos hábitos de una democracia iban vulnerándose por sistema. En el Estado de Iberia Plurinacional había dos realidades paralelas: la del progresivo pisoteo del Estado de derecho y las maravillas que contaban las teles del régimen. Pero un día «la gente» comenzó a despertar...

(Continuará).

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