La venganza comunista de Pablo
Todo lo que han hecho Iglesias y los suyos ha tenido siempre un objetivo claro: ocupar el poder, cambiar Vallecas por Galapagar, el Metro por el coche oficial, el despacho de la Complu por el ala oeste de un Ministerio...
Desde ayer, Ione Belarra, Lilith Verstrynge, Martina Velarde, Noemí Santana y Javier Sánchez Serna son cinco almas en pena por los pasillos del Congreso, cinco voces dolientes por el tiempo de vino y rosas de Podemos que ya no volverá, cinco lamentos andantes por la traición de la meiga de Sumar que les ha obligado a marcharse al grupo mixto por los desprecios compartidos con Pedro Sánchez y sus amigos de 40 y 50 años que se la tenían jurada a la pobre Irene. Ha sido una venganza ecuménica, universal, en la que también han participado los jueces fachas, la policía patriótica y la prensa de las cloacas. Nunca tantas voluntades se conjuraron tan bien.
Pobre quinteto. El primero en dar la «exclusiva» de su marcha al grupo mixto fue el medio y juguete del jefe de todos ellos, aunque ni se presentó a las elecciones ni oficialmente está en política: Pablo Iglesias Turrión, que lo mismo enchufa a Yoli para dejarla como su sustituta que le corta un brazo de cinco diputados, por infiel a la causa podemita. Claro que en el pecado lleva la penitencia el soberbio marido de Irene. Porque debería haber sabido que, como él, Yolanda también lleva en el ADN la traición, esa condición tan esencialmente comunista. La vicepresidenta primero traicionó a Beiras, después a Izquierda Unida, y ahora a Podemos. Quizá su carrera de felonías acabe aquí, porque pronto será ella quien encuentre la cabeza de caballo en la cama, enviada por su todavía amigo Pedro Sánchez, que terminará engulléndola, como ya pretende hacer en las elecciones gallegas.
Lo más divertido fue escuchar a uno de los cinco desertores, el diputado podemita por Murcia Sánchez Serna, justificar el divorcio porque «no estamos en política para calentar un sillón». Desternillante. Todo lo que han hecho Iglesias y los suyos ha tenido siempre un objetivo claro: ocupar el poder, cambiar Vallecas por Galapagar, el Metro por el coche oficial, el despacho de la Complu por el ala oeste de un Ministerio, los ceros ramplones de su salario de profesor por la nómina ministerial. Hasta tuvimos que repetir unas elecciones en 2019 porque Sánchez, que pronto se arrepintió, no quiso nombrar ministra a Irene Montero. Después, cuando a la mujer del macho-alfa la han echado del Consejo de Ministros, todo el partido (hoy ya un negocio de tres matrimonios) se ha revuelto para pedir que se quedara: la economía familiar se venía abajo.
Ya amenazó la cabecilla del minigrupo Ione Belarra con que a no tardar su salida del Ejecutivo traería consecuencias. Ayer, Superyol no la dejó intervenir en el pleno sobre Oriente Próximo y las chicas de la tarta, teledirigidas por Iglesias Turrión, le devolvieron a la líder de Sumar el rosario de su madre (y el de toda su familia). La relación entre las dos partes era nefasta y ahora se demuestra que solo fraguaron un acuerdo por puro interés electoral y mercantil. Con esta espantada, los podemitas incumplen el acuerdo bilateral alcanzado con los de Sumar, en el que se comprometían a mantenerse en el grupo. No está siendo una buena semana para el partido que venía a asaltar los cielos porque se ha roto en dos también en la Comunidad de Madrid. Eso sí, desde el grupo mixto recibirán más subvención parlamentaria y tendrán voz propia para tocarle los costados a Pedro Sánchez, al que generan un agujero de cinco escaños en su mayoría Frankenstein. Aunque seguro que la sangre no llegará al río.
Qué tiempos, dirá Pablito mientras disfruta de series en su sofá de Galapagar, en los que engañamos a 5.189.333 españoles en 2015. Ahora, con cinco que caben en un taxi, sin ministerios ni niñeras públicas ni tartas de cumpleaños como gastos de representación, solo nos queda una pataleta de vez en cuando y colocar a Irene como eurodiputada. El cielo se torna infierno.