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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Vocaciones erradas

Napoleonchu terminará su mandato entre las carcajadas de sus colegas. Morenota sucumbirá ante la fuerza de su oquedad intelectual. Y la Pistolera pasará a la historieta recuperando su condición de anestesista mientras los pacientes corren por los pasillos impulsados por el terror

Actualizada 01:30

El ministro Albares es un tapón con vocación de alto. El apodo 'Napoleonchu' le irrita sobremanera. De ahí que estire el cuello y alce la cabeza para ganar durante unos pocos segundos un centímetro de altura. Los bajos sin complejo del Ministerio de Asuntos Exteriores se divierten comentando sus posturas arrogantes. Se lo confesaba recientemente a un diplomático de su gabinete que, en lugar de guardar discreción, visitó todos los despachos narrando la confidencia ministerial. «Mi problema es humillante. Hasta el ministro de Exteriores de Japón es más alto que yo».

Quizá, esa breve ocupación del espacio es la que le ha recomendado no acompañar al Rey a la toma de posesión de la presidencia de Argentina de Javier Milei, que es un argentino de pocos centímetros pero muy bien aprovechados y carente de complejos.

Albares sufre por ser pequeño y Yolanda Díaz por sus moreneces pilosas. Quiere ser rubia. Gasta mucho dinero en las peluquerías, pero la naturaleza se impone. A los pocos días de teñirse de rubia su cuidada melena, el tinte abandona sus raíces y el pelo le nace más negro que los teléfonos de pared de la posguerra. Recuerdo el cuento. El cliente, enamorado de una joven y bellísima vendedora rubia, rubérrima, de un establecimiento de ropa masculina. –Señorita, si usted es tan amable, me gustaría probarme el sombrero tirolés que se ofrece en la estantería más alta–. La vendedora vestía con una minifalda de las que quitan el hipo. –Lo siento mucho, señor. No voy a subir por la escalera porque usted tiene aspecto de sádico sexual y lo que quiere es mirarme mientras asciendo–; –Señorita, deseo ese sombrero y no voy a mirarla. Se lo prometo desde mi condición de caballero español–. La promesa convence a la dependiente. Sube por las escaleras en pos del sombrero. En un momento, por intuición, mira hacia abajo y sorprende al cliente observando fijamente lo que había prometido no mirar. Le reprende: –Oiga, usted no es un caballero español–; y él responde, decepcionado. –Ni usted es rubia–.

La ministra de Sanidad no tiene vocación de anestesista. Lo demostró con creces durante la pandemia. Mientras sus colegas trabajaban en los hospitales de sol a sol, ella se dio de baja. Mónica García, la copropietaria de un chalet en Cercedilla construido ilegalmente en un terreno reservado para un hospital, tiene vocación de Clint Eastwood. Apunta muy bien con la mano derecha a modo de pistola. Y como todos los héroes de los Western, lleva el pelo sucio, para causar más pavor al pistolero contrario. Sánchez le ha nombrado ministra de Sanidad, por su probada incapacidad para vencer en Madrid a Isabel Díaz Ayuso. El Ministerio de Sanidad es el más cómodo de todos, porque sus competencias están plenamente entregadas a las autonomías. No tiene competencia ni para recomendar marcas de esparadrapos. Pero está encantada con su coche oficial de ministra, sus escoltas y sus reuniones ministeriales en la Moncloa para no proponer nada de nada.

Se trata de tres ministros, que en otra situación, serían muy celebrados por la sociedad por su divertidísima innecesariedad. Muñecos de tebeos. Napoleonchu, Morenota y la Pistolera. El inconveniente es que los dos primeros son bastante poderosos en la banda de Pedro Sánchez. Napoleonchu terminará su mandato entre las carcajadas de sus colegas. Morenota sucumbirá ante la fuerza de su oquedad intelectual. Y la Pistolera pasará a la historieta recuperando su condición de anestesista mientras los pacientes corren por los pasillos impulsados por el terror.

Vocaciones erradas.

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