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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Catorce culos

Lo que jamás he hecho, por temor a quedar mal, es presentar el libro de un señor que no sabe escribir y que, para colmo, no ha escrito el libro que se presenta

Actualizada 01:30

He asistido a muchas presentaciones de libros. Modestamente, me considero un brillante presentador, ameno y muy caritativo con los autores de los libros, que por motivos ajenos a la literatura, me he visto obligado a presentar. No se puede herir a los autores en su momento de gloria. Presentó Edgar Neville un libro en Marbella cuyo autor era un colega diplomático. Lo hizo con desgana y abatimiento. Con tanta desgana y abatimiento que a los diez minutos de iniciar la presentación comenzó a roncar. Se durmió mientras elogiaba, con desvergonzada falsedad, la calidad literaria de su amigo. Fui invitado por el alcalde de una bella localidad de Castilla La Vieja a una presentación-conferencia peculiar. Había escrito el señor alcalde un libro-guía de las diferentes razas de ovejas que balan por España. Especial entusiasmo en los capítulos dedicados a las ovejas churras y merinas. Me atemorizó la idea de ser débil y aceptar el reto. «No entiendo nada de ovejas, señor alcalde. Lamento declinar su invitación»; «no le estoy pidiendo un gran esfuerzo, señor Ussía. Hablar durante media hora de las ovejas churras lo hace cualquiera»; «estoy de acuerdo, señor alcalde. Llame usted a cualquiera». Me salvé por los pelos.

Me llamó Sabino Fernández Campo, inolvidable secretario general y posteriormente jefe de la Casa del Rey Don Juan Carlos. Un paisano había recogido en apenas 600 páginas las más conocidas canciones populares de las costas, los valles, y las montañas asturianas. A Sabino no le podía negar mi ayuda. Era un personaje excepcional. «¿Tengo que leer todos los textos, Sabino?» «Faltaría más. Ni se te ocurra. Elogia su esfuerzo compilatorio. Yo lo presentaré contigo». Así que me trasladé a Oviedo, y me planté en el local elegido. Un señor muy amable me recibió con una mala noticia. «Por un acto imprevisto que preside su Majestad, don Sabino no ha podido desplazarse». Me dejó plantado. Y le hice caso. Puse por las nubes el trabajo del autor, que había reunido más de dos mil canciones populares asturianas. Pero no son necesarios más de dos minutos para tal menester. A los tres minutos había terminado la presentación y salí por patas. Se la devolví a Sabino años después. Se la devolví doblada.

Lo que jamás he hecho, por temor a quedar mal, es presentar el libro de un señor que no sabe escribir y que, para colmo, no ha escrito el libro que se presenta. Un tipo que tiene que ser importantísimo, porque en la primera fila del salón del Círculo de Bellas Artes, hundían sus mullidos almohadones catorce culos ministeriales, además de los traseros del editor y de Pedro Jota, que últimamente no se pierde un guateque de alto copete. No estaba sentada en primera fila la autora del libro, Irene Lozano. Catorce culos de ministros son muchísimos culos de ministros, y eso prueba lo que renglones arriba me he atrevido a insinuar. Que el firmante del libro, no su autor, tiene que ser muy poderoso. Los culos ministeriales sólo se reúnen en los Consejos de Ministros. Eso sí, fallaron ocho culos, y esas ausencias glúteas me escaman sobremanera. Se me olvidaba apuntar que el libro no escrito por el presumible autor fue un payaso de televisión en busca de trabajo, que le caerá de inmediato por presentar esa cosa. He anotado los siguientes culos presentes en el acto. El de Marlasca –por orden de antigüedad–, el de Margarita Robles, el de Urtasun, el de Yolanda Díaz, el de Chiqui Montero, el de Bolaños, el de Puente… Culos agradecidos, redondos, plisados, escurridos, bamboleantes, vírgenes y experimentados. Culos y culas, como gusta decir a Yolanda Díaz.

Y el autor, vestidito de azul celeste eléctrico. Fenomenal. Pero no era el autor. Lo pusieron ahí para que amenizara el acto.

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