Mónica, médico, madre y madeja
Antes de prohibir entrar en ningún lugar sin mascarilla, quizá sería conveniente que Mónica García reflexionara sobre si esa imposición no desanimará todavía más a ponerse las vacunas. Está visto que su uso ha caído en picado. ¿Y para qué me voy a vacunar si aun así tengo que ponerme la mascarilla?
Esta política de gobernar subastando a cuánto vende el Gobierno la gobernabilidad de España nos da alegrías todos los días. Una de las mayores contribuciones de Sánchez, desde el día del nombramiento de la ministra de Sumar, resultaba evidente que iba a ser Mónica, médico y madre. Su llegada a la política nacional resultó una decisión un poco sorprendente porque este tipo de promociones se suele realizar para que quien tiene un rato de atención mediática en el ámbito nacional pueda después capitalizar en la política local. Pero esta promoción de García sería en detrimento del PSOE madrileño –que tampoco parece que a Sánchez le importe una higa–. En fin, raro.
En los últimos días Mónica García ha puesto de manifiesto su comunismo recalcitrante. Cuentan sus vecinos que ayer mismo tuvo un despliegue de guardaespaldas poco normal: cuatro motoristas (distribuidos en dos motos), más dos guardaespaldas que estaban en la calle esperando a que ella bajase de su casa, más dos coches (imposible ver con cuantos escoltas o policías). No siempre tiene tanto «servicio», es por ello por lo que lo del martes resultó sorprendente y, desde luego, poco ecológico…
En esta mentalidad comunista en un ministerio con muy limitadas competencias, lo único que puede hacer es intentar demostrar quién manda y restringir las libertades de los españoles en general como antes lo intentó con las de los madrileños. La primera gran medida de García tras llegar al Ministerio fue la de anunciar nuevas prohibiciones. Estos comunistas, que tantas décadas se pasaron clamando por la libertad, en cuanto tocan poder, lo primero que hacen es prohibir. Y Mónica, médico y madre, empezó por anunciar su intención de prohibir fumar en las terrazas de los restaurantes que están al aire libre –espero que en la de mi casa todavía no–, pero todo se andará. Son insaciables.
El Ministerio de Sanidad es uno de los más, si no el más, traspasado a las comunidades autónomas. Sus competencias son casi irrelevantes. Y ella que siempre acusaba a Isabel Díaz Ayuso de incapacidad para dialogar, reunió el lunes a los consejeros de Sanidad de las comunidades autónomas para imponerles la vuelta al uso de las mascarillas en hospitales y centros sanitarios sin haberlo consultado antes con sus interlocutores. Ésta es la ministra que se describía como dialogante. Y hoy miércoles tiene intención de imponer la medida unilateralmente.
Yo me vacuno de la gripe todos los años a finales de septiembre, comprando la vacuna en la farmacia e inyectándomela desde que en 1985 se me diagnosticó una Diabetes Tipo I y me convertí en grupo de riesgo. Casi cuarenta años. No me puede haber ido mejor. Cuando me la puse el año pasado me dijeron que no podía ponerme la de la covid porque sólo hacía tres semanas desde que tuve la última manifestación de la pandemia, apenas un poco de tos y picor en la garganta. Fue tan suave, que a pesar de estar embarcado en un velero en Galicia durante cuatro días con ocho amigos en total –incluyendo a mi mujer– no contagié a nadie. Antes de prohibir entrar en ningún lugar sin mascarilla, quizá sería conveniente que Mónica García reflexionara sobre si esa imposición no desanimará todavía más a ponerse las vacunas. Está visto que su uso ha caído en picado, especialmente en la covid. ¿Y para qué me voy a vacunar si aún así tengo que ponerme la mascarilla? Yo me vacuno encantado, pero todos los que son remisos a usar vacunas al menos tienen la justificación de no necesitar el uso de mascarillas. Mónica, medico y madre, ahora enreda la madeja en el sentido que el DRAE da a esa locución verbal: «Complicar o complicarse un negocio o un estado de cosas.» Lo que mejor hace la ministra de Sanidad en cualquier destino que pueda ocupar.