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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Carlos Sainz

Para media España, es un héroe. Y no por decir que Pedro Sánchez es gilipollas. Para eso no es imprescindible ganar el Dakar

Actualizada 15:25

Conozco de mucho tiempo atrás a Carlos Sainz. Desde que se proclamó, creo que en dos ediciones, campeón de España de Squash, un deporte entre el tenis y el frontón, cuya primera cancha en Madrid fue la del Club Financiero Génova. Ahí jugaba Carlos, y también su padre, fuerte y simpático. Y en las horas menos frecuentadas, el Rey Juan Carlos y Manolo Santana. Manolo Santana era amigo del Rey y monárquico hasta las cachas, pero el Rey acumuló memorables palizas del genial tenista madrileño. El que firma jugaba todos los días, y no superó el listón de la mediocridad. Se trataba de un deporte que se puso de moda y constituía un suplicio. Habilidad, resistencia, técnica y fuerza.

Del Squash, Carlos saltó al automovilismo. Y consiguió dos campeonatos del mundo de rally, con el gallego Moya de copiloto. Dos, y casi tres. Su coche se detuvo sin posibilidad de reanimarlo a trescientos metros de la meta, cuando su tercer mundial estaba a la vista. Aquel episodio le afectó mucho, pero no se dejó llevar por la depresión. Carlos Sainz, además de un excepcional deportista, integrado en la lista de los diez mejores deportistas españoles –Nadal, Santana, Blume, Indurain, Bahamontes, Ballesteros, Rahm, Emiliano, el Conde de Teba, Portago y Alonso–, sin olvidar a Gento y Zamora, es madridista hasta los tuétanos, español orgulloso, y monárquico como todos los españoles orgullosos de serlo. Me caerán chuzos en punta por esta última afirmación, pero yo escribo para mí, no para gustar a quienes no lo merecen. Y siguiendo la tradición, es el padre de Carlitos, formidable conductor de Fórmula Uno, ya ganador de dos Grandes Premios, y piloto oficial de Ferrari. Por lo demás, Carlos es un tipo sencillo, educado, reflexivo y sereno, del que se ha escrito mucho en los últimos días no por haber logrado la hazaña de triunfar, con 61 años, en el terrible París-Dakar celebrado en el desierto de Arabia Saudita, su cuarto triunfo en el rally más difícil, agotador, peligroso y prestigioso de cuantos se celebran, sino por haber sido sorprendido en una charla informal con otros pilotos cuando se refería a Sánchez definiéndole de «gilipollas». Otra de sus grandes virtudes es su madridismo. Algo tendrá el Real Madrid cuando los grandes, desde Nadal a Alcaraz, desde Santana a Alonso, desde Bahamontes a Goyoaga, de Juan Carlos Ferrero a Carolina Martín, son madridistas. Y desde Paquito y Blanca Fernández Ochoa… a mí.

Ganar, con su copiloto Lucas Cruz, con más de sesenta años, el París-Dakar, que no sale de París ni finaliza en Dakar, no está al alcance de cualquiera. Sucede que también la prensa deportiva se la coge con papel de fumar cuando el genio, el héroe, no forma parte de la despiadada plaga de los cretinos. Sentirse español siendo español, ser monárquico en una Monarquía constitucional, forofo del Real Madrid, y crítico con la gentuza antiespañola que nos gobierna, resta méritos oficiales a sus méritos. Para colmo, es amigo del Rey Juan Carlos, cabeza de una familia unida y ejemplar, y todo lo que ha ganado ha sido consecuencia de su genialidad y su sacrificio. Es decir, lo contrario de un socialista-comunista-podemita, sumarita, separatista catalán y bilduetarra vasco.

Pero, al menos, para media España, es un héroe. Y no por decir que Pedro Sánchez es gilipollas. Para eso no es imprescindible ganar el Dakar. Es un héroe porque ha demostrado ser un deportista extraordinario que siempre ha respetado y representado el genio español. Sin darse importancia. Vuelta cerrada a la derecha, vuelta cerrada a la izquierda, recta, meta, y vencedor. Eso tan sencillo.

Lo siento por ellos. Por los otros. Sí, por esos.

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