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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Odio entrenado

Nada tiene que ver el amor por Cataluña con el odio a España, o el amor por las Vascongadas con el odio al resto de los españoles, o la militancia en el socialismo y el comunismo con el aborrecimiento de sus compatriotas

Actualizada 01:30

El odio es como cualquier especialidad deportiva de alto nivel. Para mantenerlo hay que entrenarlo. Un odio sin entrenar, poco a poco va empequeñeciendo y termina por desaparecer. Se dice que el odio y la envidia van de la mano, pero son infecciones anímicas diferentes. Una vida sometida al odio tiene que resultar agotadora y cruel. Existe el odio caprichoso, que no es el más empecinado. Viene, se instala durante un tiempo, y se va. De niño, y lo reconozco ahora, odié al F.C. Barcelona. Y aquel odio se ha convertido en una amable distorsión del afecto. Odio la violencia, la mala educación, la suciedad, la falta de higiene, la grosería y las camisetas con el rostro estampado de un asesino, ya sea etarra, ya sea el Ché Guevara. Odié el Bolero de Ravel y la Nochevieja. Pero dejé de entrenarme, y el odio se convirtió en una desagradable realidad sobrellevable. Y siempre odié –mejor dicho, aborrecí– a los poderosos que tratan con desprecio a quienes les sirven. Como el que llega al bar o restaurante y reclama la atención del camarero con un «¡eh, tú»! Para Beaumarchais, la vida es demasiado corta para entregársela al rencor y al odio. Quizá por ello, puedo rozar en algunas ocasiones un sucedáneo de odio hacía el comunismo, que es la combinación perfecta del rencor, la envidia, y la estupidez. Pero no me entreno para odiarlo con mayor desahogo. Y sí he odiado a seres vivos, las serpientes, las ratas, las avispas, los mosquitos y las pulgas. En compensación, amo profundamente a los cerdos, a los hipopótamos y a los patos mandarines. Amor puro y enraizado.

«Más se unen los humanos para compartir un mismo odio que para compartir un mismo amor», escribió Benavente. Y Daudet, que «el odio es la cólera de los débiles». Me sirven estos dos pensamientos para preguntarme: ¿qué hemos hecho el resto de los españoles para que los separatistas catalanes y vascos nos odien con tan extravagante acritud?

Para mí, que se entrenan todos los días con el único fin de mantener el odio en su mejor estado anímico. Pienso en Puigdemont, en Turull, en Miriam Nogueras, en Aragonés, en Otegui, en Aitor Esteban…. Y vuelvo a preguntarme: ¿de dónde y por qué nace o crece ese odio? Llevan siendo españoles los mismos siglos que los castellanos, los andaluces, los extremeños, y los asturianos, y no sigo para no extenderme en el texto. ¿Qué le sucede a Miriam Nogueras? Yo no correspondo su odio. No me entreno. Tampoco quiero decir que siento por ella amor, cariño o simpatía. Pero les aseguro que no comparto su dedicación exclusiva al odio, sus entrenamientos cotidianos, su desprecio. Más bien, sufro figurándome su continuo padecimiento, su enfermedad incurable. Y mi comprensión tampoco me lleva a la invidencia. No es una chica agradable de contemplar, y tampoco el resto de los anteriormente mencionados, o la familia Pujol. ¿Odio a Sánchez? En momentos puntuales sí. Pero no se trata de un odio obsesivo. Me consta que a muchos lectores les puedo decepcionar. En el fondo, siento por Sánchez bastante pena. Se trata de una persona grotesca con mucho poder que sabe que, sin poder, volverá a ser una persona grotesca. Y no estoy dispuesto a llenar de ácido mi vida por quien desea mi desaparición. No puedo odiar a quien me enriquece con su animadversión. Porque el odio hacia mi persona me reconforta. Lo que no perdono es el odio a España. Y no lo perdono porque no lo puedo entender. Y menos aún, que odien a España quienes llevan siglos, o decenas de años aprovechándose de ella. Nada tiene que ver el amor por Cataluña con el odio a España, o el amor por las Vascongadas con el odio al resto de los españoles, o la militancia en el socialismo y el comunismo con el aborrecimiento de sus compatriotas que han tenido la fortuna de no ser socialistas ni comunistas.

El odio destruye al que odia, no al odiado. Y yo les ruego a esas criaturas odiadoras, que renuncien a odiarnos y a odiar a España con tanto ardor e injusticia.. Les emplazo, simplemente, a que no se entrenen todos los días. Que descansen, como los futbolistas, después de cada acción de odio. Y serán más felices sin renunciar a sus quimeras.

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