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Cosas que pasanAlfonso Ussía

A os pies de Vosa Santidade

El gran portugués Antonio Carneiro Pacheco aguardaba a Su Santidad en una sala del Vaticano. Se abrieron las puertas, y el Santo Padre abrió sus brazos dándole la bienvenida

Actualizada 08:34

En los años veinte del pasado siglo, don Ildefonso Fierro fundó la Fosforera Española. Su producción de cajas de cerillas fue formidable y, años más tarde, estableció en Portugal la Fosforera Portuguesa, que tuvo un gran éxito empresarial. Cuando las cerillas perdieron su razón de ser, las dos empresas fabricaron mecheros, pero la gran sociedad languideció.

En septiembre de 1958, fue nombrado Consejero-Delegado – lo que hoy denominan CEO– de la filial portuguesa, don Antonio Carneiro Pacheco. Un gran tipo. De mediana estatura, fuerte y como todo buen portugués, educado y digno. Ya quisiéramos en España tener el concepto de la cortesía y la buena educación de nuestros hermanos portugueses.

Simultáneamente, y por decisión de Su Santidad el Papa Pío XII, don Antonio fue elegido Gran Maestre de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén y de Malta, conocida simplemente como Orden de Malta. Al tratarse de un nombramiento pontificio, el Gran Maestre está protocolariamente obligado a solicitar audiencia con el Santo Padre para agradecerle la confianza depositada en su persona. Y brillantemente uniformado, Carneiro Pacheco se presentó en la Santa Sede, donde sería recibido por el Santo Padre.

Un portugués jamás se humilla. No conoce el arrastramiento. No se doblega ante nada. Portugal, ese pequeño país que navegó por todos los mares del mundo y descubrió en un mes de enero Río de Enero –Río de Janeiro–, que trazó la Ruta de la Seda, y colonizó una gran parte de África –Angola, Mozambique , Cabo Verde, la Guinea Portuguesa, Tristán da Cunha–, territorios del Pacífico y Macao y Nagasaki en el Asia Oriental, fue junto a España el orgullo de la navegación. Inglaterra Francia y Holanda lo hicieron después.

Ilustracion Barca

Barca

El gran portugués Antonio Carneiro Pacheco aguardaba a Su Santidad en una sala del Vaticano. Se abrieron las puertas, y el Santo Padre abrió sus brazos dándole la bienvenida. El Papa Pío XII era, en su aspecto físico, impresionante. Alto como un junco, nariz aguileña, un Príncipe del Renacimiento. Su nombre, Eugenio Paccelli.

Con su vistoso uniforme, el Gran Maestre de la Orden de Malta se arrodilló dignamente ante Su Santidad, besó su anillo, y ya incorporado, clavando sus ojos en la mirada del Santo Padre, que aventuraba un final próximo, se atrevió a establecer algunas comparaciones entre la persona del Papa y la suya.

«A os pies de Vosa Santidade. Vos sois Paccelli y yo soy Pacheco. Vos sois Cordeiro, y yo soy Carneiro. Y Vos sois la Antorcha que ilumina el mundo, y yo soy Consejero Delegado de la Fosforera Portuguesa».

Era el mes de septiembre de 1958.

Don Antonio Carneiro Pacheco abandonó dignamente la Santa Sede, mudó de ropa en el Hotel, y se dirigió al aeropuerto de Fiumiccino a embarcar en el avión que le devolvería a Lisboa.

Su Santidad no se recuperó de la sorpresa, y falleció el 9 de octubre en Castelgandolfo.

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