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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Variaciones sobre el tema del traidor y del héroe

Ambos –y con ellos su secuaces– arrojaron, por igual, ayer cieno sobre quienes pueden frenarlos: los jueces

Actualizada 01:30

PSOE asesina a PSOE.

Bertolucci transcribió en cine, con no excesiva fortuna, el relato de Jorge Luis Borges. Apenas dos folios y medio de escritura. No se precisa más para una obra maestra: cuando uno es Borges, desde luego. Los cien minutos que, en 1970, duraba La estrategia de la araña no perdurarán en la historia del cine. Las menos de tres páginas que, en 1944, tejen el Tema del traidor y del héroe son intemporales.

El bonaerense se acoge al cobijo de unos versos de Yeats: «todos los hombres son bailarines, y su paso / sigue el bárbaro repique de un gong». Que ese gong tenga como constante la vileza, aun en los actos de la pretensión más grandiosa, es lo que asienta la gravedad de lo narrado. Una historia sencilla que se enreda sobre sí misma. Hasta dar en el circular laberinto donde resuelve Borges la arquitectura tenue de ese engaño a cuya artesanía llamamos escritura.

La historia empieza –primer folio– en la gloria de un héroe asesinado, Fergus Kilpatrik, cuya vida fue ofrendada a la aún no nacida patria irlandesa. La historia se prolonga –segundo folio– en la infamia de Fergus Kilpatrik, traidor a su patria y a sus camaradas. La historia se cierra –folio tercero– con el sacrificio de un mártir, Fergus Kilptrik, cuya muerte salva a patria y camaradas. Ninguno de los tres Kilpatrik es más que los otros. Tampoco menos.

¿Quién fue el traidor durante la sesión parlamentaria que trocó ayer, en la Carrera de San Jerónimo, el terrorismo en virtud ciudadana? ¿Puigdemont? ¿Espejo de canallas que, tras ver derrotada su asonada, deja a los compañeros en la cárcel y huye para vivir en el obsceno lujo que paga el dinero extorsionado al país al cual llama enemigo? ¿O lo fue Sánchez? ¿El perpetrador de infamia que pidió a los electores voto para salvar a la patria de ser despedazada, y, al fin, se puso al frente de los despedazadores a cambio de una equitativa ración en el banquete? Ambos –y con ellos su secuaces– arrojaron, por igual, ayer cieno sobre quienes pueden frenarlos: los jueces. En eso son iguales.

¿Quién fue el héroe? ¿Puigdemont? ¿El providencial caudillo en quien los racistas de la «Cataluña para nosotros solos» ven la ocasión impensada de constituirse en protectorado de Vladímir Putin? Nadie hasta ahora juzgaba posible una compraventa tan ventajosa: lo ha sido. ¿Quién fue el héroe? ¿Sánchez? ¿El hombre que, con los peores resultados electorales de la historia reciente, ha conseguido mantener en el poder a un gobierno que, si no es ya socialista –en rigor, sanchista y vale–, salva los sagrados sueldos que el PSOE garantizó siempre a sus fieles? ¿Qué mayor heroicidad, para un socialista español del siglo veintiuno, cabría ser imaginada? Y todos –desde el palacio de San Jaime o desde la Moncloa–, unidos contra la magistratura: que podría dar con los huesos de tantos de ellos en la cárcel.

Sí, el diagnóstico de Yeats es inapelable: «todos los hombres son bailarines, y su paso / sigue el bárbaro repique de un gong». Pero, en Borges, aquel gong del Tema del traidor y del héroe exige un pago. Kilpatrik, en Dublin, asiste, desde su palco –«de funerarias cortinas», anota el narrador–, a una representación de Julio César. La puerta se entreabre a su espalda. Destella el fogonazo de un revólver. Mientras se desmorona, Fergus Kilpatrik ve el rostro de su asesino: Fergus Kilpatrik.

PSOE asesina a PSOE.

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