España tiene sed
El sanchismo, tras abandonar los ideales de la izquierda clásica, ha comprado la práctica populista de enlodarlo todo
El aforismo oriental que nos advierte del peligro de vivir tiempos interesantes se manifiesta con una crudeza de difícil digestión en estos tiempos; tiempos de desquiciamiento político, donde la ambición de los mediocres se lleva por delante el sentido común, convertido ahora en revolucionario, y la buena voluntad, transformada en resignación ciudadana. El catálogo de horrores es tan grande, el campo está tan embarrado, que no resulta fácil detenerse en algo concreto. El sanchismo, tras abandonar los ideales de la izquierda clásica, ha comprado la práctica populista de enlodarlo todo. Pocas veces se ha trabajado más contra la democracia desde un gobierno como en esta ocasión. Así pues, comencemos por el líquido elemento, por el agua.
España se muere de sed. El sol aprieta incluso en los meses en que debería agazaparse temprano y ocultarse entre las nubes. Es muy antiguo ese empeño del sol por iluminar los recovecos de nuestro país y secarlos cada cierto tiempo. De hecho, la sabiduría popular siempre dijo que nunca llueve a gusto de todos. Deberían saberlo los adanistas de esta izquierda autoritaria y los independentistas cuyo aldeanismo concluye en sus voces muertas, no más allá de su horizonte inmediato. El agua siempre fue un bien escaso en España. Por eso se hicieron obras hidráulicas durante décadas para combatir la pertinaz sequía. Por eso Aznar aprobó el plan hidrológico nacional, para que el agua, como el dinero público, fuese de todos los españoles y entendiésemos la importancia de pertenecer a un país tan fascinante como el nuestro, donde el agua que les sobra a unos puede arreglar la vida de los desiertos urbanos o de los productivos campos de la España seca.
Pero apareció Zapatero y esa mezquina forma de entender la política de una izquierda arrodillada ante los reaccionarios independentistas y condenaron a la mitad de nuestra nación a pasar sed. Se inventaron unas desaladoras que solo sirvieron para evidenciar, como metáfora, la ineficacia instalada en el Gobierno que llevó a nuestro país al borde la quiebra, el de Zapatero.
Ahora, repito, nos morimos de sed. Muy especialmente en ese lugar donde España se llama Cataluña. Estoy seguro de que si se aplicase la racionalidad, la solidaridad y la buena voluntad se podría desarrollar un gran plan nacional para que esto no vuelva a ocurrir, pero para ello necesitaríamos otros políticos, otra altura de miras, otra cultura política.