Pero ¿qué nos está pasando?
Esto de después de Barbate podrán llamarlo política, si quieren. Pero es sólo gansterismo.
No es política: ni aun la variedad más podrida de la podrida cosa que la política es inexorablemente. Es odio. Para mí, cada día más enigmático.
Fue hace hoy una semana. Narrado en frío, parece una locura. Una potente lancha de narcotraficantes ataca con ensañamiento a una endeble Zódiac de la guardia civil. Mata a dos agentes. Deja heridos a otros dos. No hay margen de duda acerca de lo ocurrido. Delincuentes peligrosos matan a fuerzas policiales. Sin otra motivación que la de poner a salvo el más opulento negocio de los últimas decenios. Y el más asesino. El tráfico de estupefacientes. Todo, trivial y sórdido. Previsible, también. No hay asomo de coartada ideológica en esta historia. El narcotráfico es letal para todos: a derecha como a izquierda, en la lógica progresista como en la conservadora. Todos lo saben. Y, sin embargo…
Sin embargo sucede, de inmediato, lo racionalmente impensable: negar homenaje a los guardias asesinados. En Navarra, primero; después, en Cataluña. Todo, siguiendo el guion de una fósil topología «izquierda / derecha», que, si ya es anacrónica en lo político, se vuelve entre repugnante y monstruosa al proyectarla sobre dos asesinatos ejecutados por la peor variedad de los criminales que acosan a las sociedades modernas. Y la que más pudre todo en nuestras vidas cotidianas.
Hubo antes, en el curso mismo del crimen, las ovaciones de espectadores que azuzaban a sicarios que ante ningún horror vacilarían a cambio de dinero. Es desolador ver a gente así ser aclamada por el enjambre de desgraciados que recogen las migajas de su mesa. No parecen tener más sueño, esos pobres diablos bullangueros, que el de llegar a ser un día igual de desalmados y casi igual de ricos que sus ídolos. Es la barbarie que el dinero rápido fecunda allá donde la miseria parece solo futuro al cual va destinado un hombre decente. Es difícil, casi heroico, perseverar en el duro trabajo honrado, cuando se puede ganar dinero a espuertas recogiendo nocturnos fardos en la playa. Mejor que la guardia civil no estorbe. Hace mucho que todos sabemos cómo esa semilla germinaba en las playas de amarre del narcotráfico a este lado del Estrecho. Si algo se hizo, fue muy poco. Y es evidente ahora que no ha servido para nada.
Hubo, después, lo moralmente más horrible: lo de los representantes políticos de la «izquierda» (socialistas al frente) en Navarra y Cataluña. Que aceptaron convertir un crimen de gánsteres en monstruoso juego de demarcación entre eso que ellos llaman –y ellos sabrán por qué, yo no– «la izquierda» y «la derecha». ¿Es «de derechas» honrar a dos funcionarios en cuyo asesinato no hubo más que codicia, locura e inmensos lotes de dinero negro? ¿Es «de izquierdas» ignorar a esos desguazadores de cuerpos y de almas que son los traficantes de drogas y que son, más aún, sus intangibles jefes? ¿Está en su sano juicio el alto dirigente socialista –sin ningún oficio, pero con no poco beneficio– que hizo al mar responsable único del crimen?
Hubo un tiempo –soy ya viejo, supongo que por eso lo recuerdo– en el que «derecha» e «izquierda» investían proyectos nobles. Con acierto o desacierto, pero nobles. Trágicos a la postre, casi siempre. Pero nobles. Esto de después de Barbate podrán llamarlo política, si quieren. Pero es sólo gansterismo. ¿Cómo pudimos llegar aquí, a este callejón sin salida en el que sólo hay ya odio, nada más que eso, en el que a los fabricantes de cadáveres –eso es un narco– los dignifica matar a guardiaciviles? No sé, de verdad, no sé qué demonios nos puede haber pasado. ¿O será todo un azar, tal vez, de la meteorología? Sapiencia del Señor López: «estamos hablando de unas circunstancias muy especiales, debido a una tormenta». Los asesinados no existen. Tampoco el narcotráfico. No hay homenaje. Sencillamente, porque no hubo nada.