Galicia caníbal
Los gallegos entierran las trampas de Sánchez y de Díaz y colocan al PSOE ante su espejo: ya no es un partido constitucional.
Ni todas las fábulas sanchistas, amplificadas por su Selección Nacional de Opinión Sincronizada, sobre el holocausto ecológico en las playas, la conversión de Feijóo al furor amnistiador del PSOE o las conspiraciones internas en el PP para moverle la silla al patrón han afectado a los gallegos, que estaban en cualquier lugar menos en la luna de la célebre canción.
El resultado de las elecciones destroza, a mordiscos caníbales, a un Gobierno nacido de las trampas perpetradas después del 23J; coloca al PSOE camino de la irrelevancia como partido nacional, desmiembra el invento improvisado de Sumar y, lo más relevante, frena el proyecto de descuartizamiento nacional que Sánchez había asumido a cambio de que le regalaran una investidura de pega, intervenida, extorsionada y dañina para los intereses que alguien en su cargo debiera defender.
La mayoría absoluta popular sin duda libera a Feijóo de la campaña sucesoria que le hubieran impuesto la misma tropa armada obediente que le ha disparado por la espalda antes de los comicios, pero sobre todo genera un dique de contención frente a la deriva antisistema encabezada por Sánchez.
Porque si Galicia hubiera caído en manos de la Bildu gallega, blanqueada como la vasca y la catalana por un Pedro Sánchez que así intentaba adecentar su rendición y convertir su negocio espurio en una mayoría de progreso inexistente, el procés de autodeterminación hubiese sumado una cuarta región a las ya lanzadas por esa pendiente del País Vasco, Cataluña y Navarra.
Y sería muy difícil de resistirse a esa ola, con cuatro gobiernos unidos en el chantaje de un presidente cuya supervivencia pasa, inevitablemente, por abonar el impuesto revolucionario exigido para mantenerle en La Moncloa con respiración asistida.
El retrato que Galicia ha hecho de Sánchez es el mismo que hicieron todos los españoles en las Elecciones Autonómicas y Municipales previas a las Generales y se corresponde más con lo que piensa una mayoría de españoles que con lo que les ha impuesto Sánchez con ese compendio de aritmética parlamentaria, mentiras obscenas y trucos de trilero que marca su trayectoria y se inscribirá algún día en su epitafio político.
Si Sánchez tuviera la decencia exigible para el puesto, jamás hubiera llegado a él con una moción de censura que, con distintas fórmulas, ha sostenido todos sus mandatos, cada vez a un precio mayor en términos de calidad democrática, solvencia económica, respeto a la sociedad y dignidad personal.
Pero como carece de ese atributo esencial en cualquier ámbito de la vida, pero especialmente en el público, encontrará ahora la manera de renovar un relato justificativo de una continuidad que en realidad es inviable.
Porque su única manera de continuar en un poder secuestrado es aumentar la cuantía de las facturas, y eso es incompatible ya con la pasividad de una sociedad indignada, un Estado de derecho en contra y unas instituciones europeas en alerta.
Sánchez ha vendido un ajuar ajeno para ser la novia en una boda macabra, y éste es el resultado: ha transformado al PSOE en una escort barata de cinco partidos separatistas y de otro antisistema en Madrid, apoyado además en una amalgama de siglas neocomunistas y folclóricas capitaneadas por una soviética posmoderna a la que en su propia tierra, como al líder del PSOE, han mandado al carallo. Galicia caníbal, claro, pero su dieta antropófaga de sanchistas y otras carnes no ha podido ser más adecuada.