Si no hubo pucherazo, ¿cómo salió vivo Sánchez de las generales?
La paliza al PSOE en las autonómicas y las gallegas obliga a hacerse preguntas delicadas en voz alta
Entre el hundimiento de las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2023 y la debacle de Galicia de febrero de 2024 hubo unas generales en las que, de manera sorprendente y opuesta a las otras dos citas, Pedro Sánchez sacó el resultado justo para poder conservar la Presidencia, en un obsceno cambalache con los enemigos de la Constitución que alguien al frente de un Gobierno tiene obligación innegociable de respetar y hacer respetar.
La contradicción entre las consecuencias de los comicios resulta evidentemente sospechosa, o cuando menos difícil de explicar, por las controvertidas circunstancias que rodearon la cita nacional: una fecha elegida con alevosía y agostidad, para dificultar la votación del veraneante y una tortuosa gestión del voto por correo, masivo por el éxodo vacacional.
Que Sánchez eligió aquel día para convocar elecciones con el objetivo evidente de desmovilizar al votante indignado con él, ya abrumador en número e ira, es una evidencia.
Que además fuera un pucherazo es algo indemostrado que no se puede airear sin incurrir en una irresponsable negligencia conspiranoica, por mucho que la trayectoria de Sánchez y su empeño en situar a militantes del PSOE en Indra y Correos no ayude, precisamente, a reforzar la confianza en el sistema.
Basta con entender que Sánchez es un artista de la trampa legalizada para concluir que maquilló su fracaso con una estrategia perfectamente diseñada para sobrevivir por los pelos y poder rendirse a continuación ante sus interesados promotores a la Presidencia.
Es el modus operandi habitual de un trilero de manual que inició su carrera con un truco, la artera moción de censura de 2018, presentada tras dos derrotas electorales en seis meses y cinco minutos antes de que su propio partido lo liquidara del todo y la terminará con el oprobio, el rechazo y el descrédito acumulados tras tantos años de juego sucio, mentiras y zancadillas.
Pero si Sánchez nunca ha tenido apoyo popular y sus trampas proceden más de la creatividad de su laboratorio electoral para explotar los márgenes del sistema sin adulterarlo y, a la vez, pierde en todas las citas electorales por resultados que oscilan entre la derrota amplia y el desastre absoluto, ¿cómo es posible que mantenga el poder con una España tan hostil y movilizada contra sus andanzas?
Si Sánchez no dio un pucherazo, como se empeñan en recalcar los mejores conocedores de los sistemas de control del proceso electoral, pero al mismo no es representativo ya ni del segmento poblacional ubicado en latitudes izquierdistas, ¿qué ha pasado o en qué han fallado el centro y la derecha para permitirle, desde hace ya seis años, mantenerse en la Moncloa y conspirar desde allí en contra de los españoles y a favor de sus enemigos?
El actual líder del PSOE es una máquina feroz de fabricar independentistas, de extinguir a una izquierda patriótica y de marginar constitucionalistas; un triple desperfecto que en cualquier país europeo condenaría al ostracismo inmediato a su inductor.
Aquí, sin embargo, sobrevive de manera reiterada, lo que obliga a reflexionar a quienes se lo permiten, de manera profunda y sin ambages. Porque al PP y a Vox no les puede preocupar mucho España para luego demostrar que, en realidad, no lo suficiente como para encontrar fórmulas que hayan evitado la metástasis del peor cáncer político que ha sufrido el país desde Fernando VII.